martes, 30 de diciembre de 2008

Despedida y cierre

Ignoro si volveré a publicar algo en el blog. Mi intención era trabajar denodadamente durante un año natural en él para, luego, abandonarlo a su suerte. Alguién dijo que, entre nosotros, los míseros mortales, no escasea el talento, sino la constancia. Yo, con casi cuatro décadas cargadas a las espaldas, temo estar bajo la sombra de la ineptitud (y no del avellano) y, desde luego que sí, estoy seguro de haberme convertido en un haragán. Habeís atestiguado, a los que me seguís me refiero, todo tipo de cambios en este sitio. De una presentación más o menos elaborada no exenta de ornamentos, he pasado a desterrar toda pretensión decorativa. Así, como se ve ahora, ha de quedar el blog en tanto que los dioses cibernéticos existan, tal que una hoja en blanco, mancillada por mis palabras. He intentado reírme de mí mismo, he procurado compartir inquietudes y pensamientos y desandar los caminos equivocados, pero no sé, todavía, si lo he logrado. Y, como dije, tampoco sé si continuaré por este camino. De todas maneras, a todos, gracias.
Para esta suerte de despedida he elegido un texto de Manuel Vicent, tan egregio artículista (opino, y ruego perdón a quién no comparta mi punto de vista, incluido el propio aludido) como anodino novelista. Hay futboleros que se manejan infinitamente mejor en campos chicos que en grandes estadios. Alegorizando la escritura de Vicent, diría que, en cancha pequeña, es un artista. Gracias, maestro.

Concierto, de Manuel Vicent. Publicado en El País el 28/12/2008.

Recordar sin desgarro ni melancolía, suave y armoniosamente, las cosas agradables que te hayan sucedido este año, como quien sale al huerto de atrás a recoger los frutos que ha dado cada estación, puede ser un ejercicio necesario de supervivencia cuando todo parece que se desmorona a tu alrededor. No pasa nada por ponerse tierno alguna vez. Al fin y al cabo a Bogart se le perdonó que se emocionara al oír de nuevo el piano de Sam. Pese a todo, no se te habrán negado ciertos momentos de felicidad en medio de la ruina general. El placer de la lectura de un libro apasionante durante una convalecencia te recordó aquellos días de la niñez en que el sopor de la fiebre se llenaba de piratas y aventureros. Seguramente habrá habido también este año algunas mañanas de primavera en que te has sentido feliz sin saber por qué, tal vez porque te bastaba con que el sol estuviera en la ventana para salir a pasear y que te obedeciera tu perro. Tampoco habrás olvidado el viaje que hiciste durante el verano. Abriste el mapa, señalaste un punto azul y de la yema del dedo surgió una ciudad, una isla, una playa unida al nombre de una amiga, de un compañero, de un viejo o nuevo amor con el que te pusiste en camino. Dulces fueron aquellas tardes en que la discusión acalorada se estableció en torno a una copa sobre el tema que no importaba nada, salvo el gusto por llevar la contraria para demostrar que te sentías vivo y en plena forma con toda la inteligencia bombeando sangre en las sienes y después sucedía el silencio con un poco de música en la que siempre estabas de acuerdo. Probablemente habrán sucedido algunos desastres en tu vida. El puesto de trabajo sigue estando en el aire, te han rechazado algunos proyectos en los que te habías embarcado, la desconfianza que genera la crisis ha terminado por calarte los huesos y parece que en el horizonte se ha instalado un muro que no vas a poder saltar. Pero la vida es como un concierto de Mozart en que las malas noticias hay que recibirlas en el interludio. Cualquier golpe duro en ese momento puede ser diluido en la memoria con el movimiento más excelso de la partitura que has oído y después quedará la segunda parte para que un solo de clarinete te haga olvidar por un instante cualquier desgracia.

De puntillas y sin hacer ruido ...

... os dejo mi penúltima aportación, no sé si solo hablo de este año. Es un artículo que escribí hace mucho tiempo, cuando mis pies aún no se resignaban a caminar sobre el suelo. Espero que os guste.

Pequeños detalles

A menudo nos sorprenden. Y, solo en raras ocasiones, les concedemos un hueco en nuestros pensamientos; bastante ocupados andamos esquivando problemas, sorteando situaciones embarazosas y anhelando que, al menos, la próxima mañana no sea muy distinta a la anterior.

Os hablo, por puro azar, de pequeñeces. De esas diminutas cosas que alguna vez creímos olvidadas y, plantadas de sopetón ante nosotros, arrastran del hilo invisible que las une a nuestros recuerdos.

No ignoramos que muchas de las escenas que rememoramos, si es que no son todas, faltan a la verdad; nuestra edad las ha macerado tanto que terminan por tornarse irreales, sometidas como están a nuestro insistente, y cada vez más enquistado, punto de vista. A pesar de ello, las sentimos tan genuinas como las yemas de nuestros dedos; están ahí, puedes sentirlas. ¿Para qué perder con ellas un minuto de tu valioso tiempo?

Una de esas pequeñeces, por ejemplo, es el olor a torrijas recién hechas en cualquier bar, tan parecidas a aquellas que alguna de nuestras madres nos solía preparar cuando fuimos niños. Otra, más recurrida, resulta ser esa canción dulzona que alguna emisora trasnochada acierta a radiar y que, casualmente, una vez compartió nuestros primeros escarceos amorosos. Una y otra, servidas al dente, no nos parecen manipuladas por nuestra consentidora memoria, por unos recuerdos que nos bailan el agua, dulcificándonos los malos tragos. ¿Quién se acuerda de aquellas migas infames que una vez preparó tu padre? ¿O de las amargas noches que pasaste escuchando aquel odioso tema de Pretenders, cuando aún te parecía increíble que tu chica te hubiera dejado?

Aún así, escéptico ante la probada certeza de mis recordadas mentiras, algunos de esos pequeños acontecimientos se han instalado, a horas poco oportunas, en mis pensamientos. Es mi obligación, por tanto, advertiros que las presunciones que componen este escrito son puras divagaciones y que, como tales, pueden aburrir al más pintado. Podría así suponer que en este punto algún lector, hastiado, haya pasado de página; pero antes de que lo haga, quisiera hacerle partícipe de mi eterna gratitud, más que nada por haber soportado tamaña perorata hasta este punto.

¿Quién no guarda en su pequeña historia la memoranza de una hermosa primavera? Los campos floridos, suaves brisas y ropa de entretiempo. Su nombre evoca belleza, otorga ansía al respirar, incita a saborear cada uno de tus pasos; pero pocos se acuerdan de las alergias hasta que llega el buen tiempo; de buenas a primeras tu posición, social o laboral, horizontal o vertical, depende de un puñado de pañuelos de papel. Ya no evitas a los desgraciados que los ofertan en los semáforos; incluso recorres media ciudad con tu coche, esperando encontrar alguno antes de llegar a la oficina. Comienzas a cultivar determinados saberes farmacéuticos que, una vez llegue el verano, olvidaras por completo.

El estío. La época en la que siempre ubicamos nuestros mejores momentos, cuando, al menos por unas semanas, ganas verdadera consciencia acerca de la propiedad de tu tiempo. Desde hace algunos años, veo bajar el verano caminando por la Rambla, buscando el sosiego del mar, anhelando la caricia de la arena. Anda y lo hace en forma de mujer, ya sea morena o rubia, india o mulata. Esa imagen tan deliciosa, esas figuras que, deseadas o envidiadas, se pasean bajo el sol nos hacen olvidar lo que se nos echa encima: escuadras, ejércitos, millares de mosquitos que, amparados por el calor, nos atosigan sin descanso. Nos buscan en casa, nos acosan en nuestro lugar de descanso, nos desvelan por la noche, aprovechándose de la longevidad del verano para sobrevivir hasta el lejano otoño.

Otoño. La imagen de parques poblados de árboles de hoja caduca enmarca su nombre con tonos verdes y marrones, tan apagados como un sol que nos implora descanso. Y como no, ese tiempo diseñado para la melancolía, ese lugar de reposo para el alma agotada por los avatares de las vacaciones también tiene sus pegas. Para muchos son las lluvias, que nos sorprenden y arrasan con todo en un momento. Para otros que, como yo, opinan que el agua en Alicante siempre ha de ser bienvenida, sus espinas son las bodas: la mayoría de parejas, amigos, familiares, compañeros de trabajo, vecinos suelen escoger esa época para casarse. Y ahí estás tú, con un salario paupérrimo, con una cuenta corriente que te da pánico consultar, enfrentándote a dos, tres o cuatro compromisos en escaso espacio de tiempo. Naturalmente necesitas ropa nueva y, si tienes muy mala suerte, tendrás que localizar habitación en algún hotel de alguna ciudad extraña, pues has sido emplazado en la iglesia a la que pertenece, y que por cierto no suele pisar, la novia de turno.

Por fin llegamos al invierno. Y con el la Navidad, idea original desde la que ha partido esta desastrosa disertación. Esas fiestas tan entrañables, en las que el lobo vuelve a disfrazarse de cordero y dispone ante nuestras ingenuas miradas un interminable desfile de luces y colores, adornados con todos los buenos sentimientos de los que pueda hacer uso la factoría Disney, bajo la atenta mirada de El Corte Inglés. Si nos apuran, tras comprar las típicas castañas calentitas, saciamos nuestra pasajera bondad dándole las vueltas a un mendigo. Todo es hermoso, la vida es estupenda y poco nos importa que, en otros lugares del mundo, el escorbuto, la lepra o algo tan simple como el hambre decapiten miles de sueños, esperanzas y palabras. Es entonces cuando el compañero, el amigo, el conocido que se ha pasado el año creyéndote invisible, se cierne sobre tu sorpresa lotería en ristre. Tu cartera no llora porque no puede, aunque ignoro si lo harán las confeccionadas con piel legítima de cocodrilo. Con un horizonte cargado de regalos sin utilidad, de detalles de mirar y tirar, de cuantiosas cantidades a crédito, tu desesperanza es indigna de esas fechas y te dejas arrastrar por la marea.

Con esta recapacitada decisión, y aunque solo sea por este año, pretendo implorar a los vendedores ocasionales de papeletas que respeten mi desconsuelo, que esquiven mis buenas intenciones y yo, en el futuro, prometo no lanzar un saludo al vacío cuando me cruce con ellos. Yo tampoco quisiera incomodarles obligándoles a hacer algo que no desean.


Antonio José López Rodríguez
noviembre de 2001

viernes, 28 de noviembre de 2008

Muerto noviembre ...

... viene diciembre.

Aquí lo tenemos de nuevo, despiadado. La vorágine consumista se cierne sobre los mundos en crisis (el bursátil, el financiero, el social y hasta el sexual) y, yo el primero, nos ponemos a la cola de los que se ponen a temblar. En fin que, antes de que el espantoso depredador de cuentas corrientes (en mi caso, también molientes) al que llaman Espíritu Navideño se cierna sobre la mía, me gustaría, por supuesto, felicitaros. Felicitaros porque, al igual que el menda, sois incapaces de desentenderos de los convencionalismos; porque, aunque creamos que nos hacemos los suecos, seguimos al pastor del rebaño como borregos en pos de la esquila. Enhorabuena a los premiados.
No es mi mejor día para escribir nada, es evidente. Por eso, para dar algo de pábulo a la irreverencia de la que suelo hacer gala habitualmente, transcribo algo que inventé hace tiempo. Lo titulé "El regalo de Navidad":

Recibí una carta a mi nombre enviada por un tal Duke Mizounis, franqueada en una oficina de correos de la isla de Poros, en Grecia. Estaba dirigida a mi domicilio profesional y el remitente, a fecha quince de diciembre, escribía en perfecto castellano:

"Estimado amigo:

A finales del mes pasado realicé un viaje de placer a su país, concretamente a Barcelona.

Entre otros contactos, tuve la ocasión de conocer a Johann Weymeels, consejero delegado en España de una importante multinacional, un enamorado de su país y, por cierto, un apasionado de la integración de la arquitectura en el paisaje.

En el transcurso de la conversación me habló de su hija, la señorita Meritxell Weymeels, licenciada en Bellas Artes en San Fernando y residente en Alicante desde hace unos meses, así como del interés que tiene aquella por ejercer su profesión en algún estudio de su ciudad.

Entusiasmado con el proyecto que recientemente usted realizó para mí, me vi en la obligación de empeñar mi palabra, por lo que no dudé en enviar bajo su tutela profesional a tan estupenda colaboradora.

Un cordial saludo".

De seguido llamé a casa y la pelirroja atendió mi teléfono: la había contratado la mañana anterior y, a la tarde, compartíamos piso y cama. Aunque inoportuno, quise que me recordase su apellido y, aturullado por la respuesta, accedí a presentarla a mi familia en la cena de ese día: la de nochebuena.

Como para volver a olvidar a Duke Mizounis.


Antonio J. López. Diciembre de 2000.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

¡Qué grande es Nanni Moretti!


He tenido, porque esto va por rachas, la oportunidad de darme una atracón de cine este pasado fin de semana. He visto Cuatro vidas (originalmente The air I breathe, de Jieho Lee), también En algún lugar de la memoria ( Reign Over Me - AKA Empty City, de Mike Binder) y la italiana Caos calmo, de Antonio Luigi Grimaldi. Sin desdeñar las dos primeras obras, que me parecen excelentes y me han descubierto que: a) Adam Sandler es, espero, un actor aceptable, b) Kevin Bacon llega a ser creíble en un papel de buena persona y c) Liv Tyler sigue igual de bella que cuando interpretaba la trilogía tolkiniana (solo superada, opino, por su aparición en el clip de Crazy, de Aerosmith), me gustaría destacar la estupenda historia protagonizada (y co-escrita) por Nanni Moretti. En la línea de La habitación del hijo, pero tomando como punto de partida un hecho trágico, el signore Giovanni camina por la cotidianidad de una vida que, quebrada de un día para otro, se aferra a un guión teatral, a unas cartas marcadas, que le permitan iniciar un nuevo paso. Minucioso, sencillo y humano, el film colecciona todos esos alicientes por los que todo quisqui debe querer vivir. Más que recomendable, el viejo Moretti.


PD.- Esta madrugada, casi de un tirón, he leído Seda, de Alessandro Baricco. Lo bueno de perder el sueño (me voy haciendo viejo, que le voy a hacer) es que ganas el tiempo necesario para disfrutar de algo tan extraordinario como este breve relato. Absolutamente imprescindible. De verdad. Milimétricamente sencillo e introvertidamente tierno. Otro maestro, este otro italiano.

lunes, 13 de octubre de 2008

El obsequio inesperado

El sábado, en la noche, no era mi cumpleaños. Tampoco celebrábamos, la hembra a la que pertenezco y yo, nada especial. Nada, por supuesto, que justificara el recibimiento de un obsequio. Vinieron a cenar a casa dos amigos, dos extraños, cuatro oídos excepcionales. Ella, artista, se apellida Rivalta. Dibujante, pintora y, si la tientas, escultora, tiene la certidumbre absoluta de un maestro sufí; la admiro, la quiero y (aún desconozco el motivo) me estima. Él, Blay, es un magnífico escritor sin obra, un viajero sin mochila ni hoja de ruta que hace y enseña camino; un hermano con la sangre más noble que la que jaranea por mis venas. Me trajeron (insistió él) un regalo. Un hermoso regalo: una película brillante, una propuesta irrechazable, el paradigma que mi rudimentario intelecto, sediento de nuevas ideas, ansiaba que le propusieran: The man from Earth, de Richard Schenkman, basada en el último guión de Jerome Bixby. Realizar una crítica de este extraordinario divertimento sería, considero, destrozar las expectativas de aquellos que desconocen el film, leen estas palabras y consideran verlo. Solo diré que muy pocas ficciones me han hecho disfrutar como ésta. Con permiso, naturalmente, de Hesse, Tolkien, Ford o Tornatore.
Salud y a disfrutarla.

jueves, 9 de octubre de 2008

Algo de sí mismo

La tarde, aquí, se deshoja tranquila, lluviosa, otoñal. La mañana, encapotada, transcurrió junto a las olas espoleadas por el viento, bajo las sufridas palmeras, frente a un mar que, como horizonte, se partía en tres bandas de rugientes tonos de verde, más hermosos que los que pudieran regalarse a cualquiera bandera tricolor. Desenredando en el blog de Juan Cruz, cronista de su propia existencia, he descubierto un poema de Rudyard Kipling que no conocía, pero que otros niños que fueron (como lo fui yo o quién esto mismo lee) conocieron desde bien temprano. Aunque parezca tarde, merece aprehenderse para siempre. Su título original es If (Si en castellano). Y me gustaría, como otros que ya he transcrito, compartirlo con quienes desperdician su tiempo conmigo:

SI

Si puedes conservar la cabeza cuando a tu alrededor todos la pierden y te echan la culpa;

si puedes confiar en ti mismo cuando los demás dudan de ti, pero al mismo tiempo tienes en cuenta su duda;

si puedes esperar y no cansarte de la espera, o siendo engañado por los que te rodean, no pagar con mentiras, o siendo odiado no dar cabida al odio, y no obstante no parecer demasiado bueno, ni hablar con demasiada sabiduría…

Si puedes soñar y no dejar que los sueños te dominen;

si puedes pensar y no hacer de los pensamientos tu objetivo;

si puedes encontrarte con el triunfo y el fracaso y tratar a estos dos impostores de la misma manera;

si puedes soportar oír la verdad que has dicho tergiversada por bribones para hacer una trampa para los necios, o contemplar destrozadas las cosas a las que habías dedicado tu vida y agacharte y reconstruirlas con las herramientas desgastadas…


Si puedes hacer un hato con todos tus triunfos y arriesgarlo todo de una vez a una sola carta, y perder, y comenzar de nuevo por el principio y no dejar de escapar nunca una palabra sobre tu pérdida;

y si puedes obligar a tu corazón, a tus nervios y a tus músculos a servirte en tu camino mucho después de que hayan perdido su fuerza, excepto la voluntad que les dice ¡continuad!

Si puedes hablar con la multitud y perseverar en la virtud o caminar entre reyes y no cambiar tu manera de ser;

si ni los enemigos ni los buenos amigos pueden dañarte, si todos los hombres cuentan contigo pero ninguno demasiado;

si puedes emplear el inexorable minuto recorriendo una distancia que valga los sesenta segundos, tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella, y lo que es más, serás un hombre, hijo mío.

lunes, 6 de octubre de 2008

Un hermoso poema de Manuel Padorno ...


LA CONSTRUCCIÓN


Mi casa construida con el agua,
líquido cimentado que, entremedias
deja pasar un río desde siempre.
Una ventana da a la parte baja,
otra a la parte alta y otras, antes,
a las partes que dan a la barranca.
También algunas de ellas, por su cuenta
dan a copas salvajes, y otras tantas
dan a la carretera que pasaba.
Abrí también un muro para ver
la colina de enfrente, y otro y otra
para mirar encima, en la distancia
la larga cordillera de la nieve.
Según se entra va, abriéndose despacio
la sala enorme y flota, (allí recibo
las visitas, dejadas del caballo),
sentándonos después, por cortesía
alrededor de fuegos invernales,
con los pies los veranos en el agua.
Ofrezco té primero; luego vamos
a los máximos vinos inconscientes.

miércoles, 1 de octubre de 2008

La primera, en la frente

Inicio, con este texto, una serie de breves relatos narrados (y vividos) por un personaje al que di forma hace algunos años. Responde por el apodo de Salpicón. Espero que os gusten.


Según acabo de leer en el dorso del sobre de azúcar que está junto a mi taza, Picasso dijo una vez que cuando le insinuaban que era demasiado viejo para hacer una cosa, procuraba hacerla enseguida.

No sé mucho del tal Picasso, la verdad; no he sido, ni seré, un tipo estudiado. Pero lo que sí sé son dos cosas: la primera, que el fulano que soltó esa frase debía andar algo achacoso, como voy yo. La segunda, que la calle donde compré mi pisito se llama como él, Picasso. Valiente coincidencia, ya ven ustedes.

Acabo de un sorbo mi belmonte y me levanto. Son las ocho y media. Saludo a Sento que, como cada día, me recuerda que no le he pagado la consumición. No puedo más que reírme y pedirle que me la apunte. La confianza, pensará, empieza a dar asco.

Salgo a la calle. La oficina del recaudador ya está abierta. Entro, sin más; no hay nadie haciendo cola, como la última vez que vine. Un señor, al oírme, sale del rincón donde debe estar la cafetera. Tiene una jeta de sueño que asusta.

- Buenos días. ¿Qué quería?

Lo miro. Detrás de él, en otra mesa, su compañera mira algo en la pantalla de uno de esos cacharros que lo están invadiendo todo. Con desgana, le respondo.

- ¿Está la señorita Maribel?

El tío no es simpático, ni pretende parecerlo.

- Hoy no. Mañana sí. ¿Puedo ayudarle yo?

La chica del ordenador me mira.

- Este señor ya ha estado aquí antes. La semana pasada, me parece, y, sí, lo atendió Maribel. Tenía un problema con el nombre de la calle que le aparecía en el recibo de la basura. Aparecía como Nueva en lugar de Picasso, o algo así …

La mujer, al dirigirse a mí, levanta más la voz. Desde luego, debe estar convencida de que, solo por ser viejo, no oigo un pimiento.

- Mi compañera ya le dijo lo que tenía que hacer. Para que en su recibo aparezca el nombre correcto de la calle debe reclamar en el ayuntamiento, que es quién tiene la gestión de la tasa. ¿Me entiende?

- Entenderla la entiendo, señora –le contesto-. Y oírla, agradezco su esfuerzo, pero también. Pero yo lo que quiero es hablar con la señorita Maribel.

Los dos empleados no aciertan a disimular su extrañeza.

- ¿Es usted un familiar o algo así?

Se me ríe el alma, o las tripas, ya no sé. Abro mucho los ojos, pues quiero darle a lo que voy a decir la solemnidad que se merece. Tomo aire y lo suelto.

- Voy a pedirle que se case conmigo.

Pasan unos segundos. El que debe ser el jefe de la oficina, al escuchar lo que he soltado, sale de su despacho con cara de incrédulo. La chillona, tras intercambiar su mirada con la de él, deja escapar la primera carcajada y, enseguida, contagia a los demás. Cada uno a su manera, los tres ríen. Sin reservas, con malicia, todos se mofan de mí. Me mantengo tieso, con la sonrisa puesta y las manos enlazadas tras la espalda. Les dejo que se diviertan, que acaben y se limpien las lágrimas de las caras. Tras de mí, aparece otro señor con una carpeta azul en la mano.

- Serenidad, por favor, serenidad. Venga; volvamos al trabajo, que hay mucho por hacer – recomienda el superior a sus subordinados, tanteándose con la mano derecha la mandíbula.

Tomo aliento. Doy un paso atrás. Me puede el orgullo.

- Mi nombre es Braulio. Aquí, en el pueblo, los pocos que saben de mí me llaman Malaca. Pero, cuando me conocen de veras, respondo por Salpicón. Tengo setenta y dos años, tres hernias discales y la fuerza de un toro. Y siempre, siempre, me salgo con la mía.

Doy media vuelta y salgo a la calle. La plaza, a esta hora, está llena de mujeres que van a la compra, de viejos que salen a tomar el aire de la mañana. El sol, pese a ser temprano, calienta con bravura. Es un día estupendo para sentarse a la sombra y dejar pasar la vida ...

Antonio J. López. Octubre de 2008.

martes, 30 de septiembre de 2008

El tuerto es el rey




Reproduzco un artículo de opinión del dramaturgo y traductor Ignacio García May, publicado en El Cultural hace unos pocos días.


CANAL HIRST


Los diccionarios de filosofía contemporánea dedican mucho espacio a Walter Benjamin, a Sartre, o a Heidegger, pero todos ellos no fueron más que una panda de charlatanes: el auténtico gran filósofo del siglo XX ha sido Andy Warhol. Sólo él supo prever que lo único que le importaría a la gente en nuestra época es ser famoso durante quince minutos. Mientras tanto, los demás se dedicaban a perder el tiempo elucubrando sobre el ser, la nada, y la madre que los trajo. En la filosofía de ahora pasa igual: Henri Lévy, Sloterdijk o Michel Onfray van de profundos y de güays, pero el verdadero genio, el que de verdad sabe de qué va el mundo, es otro artista, Damien Hirst: mete una vaca con purpurina en un tanque de formol y se la vende a un pardillo por trece millones de euros. Luego hace lo propio con un tiburón y se saca otros doce kilos del ala, o de la aleta. El ejemplo de Hirst nos permite comprender la operación de la Comunidad (1) con los Teatros del Canal. El asunto empezó hace ocho años con un grupo de políticos provistos no sé si de la argollita en la nariz típica del ganado vacuno o de la dentadura doble del tiburón, aunque eso sí, fuera del tanque de formol, obsesionados por la grandeur de las olimpiadas, el Exincastillos y demás proyectos faraónicos. Luego, durante esos ocho años nos han contado que el Canal era una instalación maravillosa, que era lo mejor de lo mejor, y hemos tenido que creerlo por cuestión de fe, como suele suceder con el arte contemporáneo, porque en ese tiempo nadie ha explicado absolutamente nada, ni justificado nada, pese a que el retraso permanente en las obras era síntoma de que algo no iba del todo bien. Al final lo mismo daba vaca que tiburón: lo esencial era asignarle la regalía, a dedo, como establece la tradición, al correspondiente Buey Apis de pezuñas doradas, mientras se le endilga la factura multimillonaria a los ciudadanos. Hirst, tío, eres mi héroe.



(1) de Madrid, deduzco.



Razonablemente, Hirst (o cualquier otro en su situación) tendría derecho a defenderse. Lo cual no quiere decir que ésa fuera una buena decisión. Casualmente, conozco a uno que se atrevió a hacerlo. Se trata de un tipo que le vendió la moto al jerifalte del municipio donde se crió. Viendo que algunos ciudadanos, indignados ante el dispendio injustificado de la corporación, manifestaban su desacuerdo ante diferentes medios, la criatura, presumiendo de un master of art teacher's collage (uaua!!!) concedido por la Columbia University y de su doctorado otorgado por la Université de Paris, se dignó a responder a su ofensores, publicando en el Diario Información de Alicante la siguiente joyita digna de aparecer enmarcada en las paredes de los sacros museos de arte moderno de tout le monde:

MANIFIESTO CONTRA LA PÉRDIDA DEL SABER
Saulo Mercader

A los censuradores que critican «gastos excesivos en la escultura de Saulo Mercader», esto quiere decir que desconocen la trayectoria del autor, su vida y su obra y que por añadidura, confunden al público, que es el mío, al que dirijo estas pequeñas pero necesarias aclaraciones. Sócrates, en sus diálogos con Protágoras, nos dice: «el verdadero mal es la pérdida del saber» y esto es lo que no deseo que ocurra nunca en mis obras porque ustedes me merecen el máximo respeto. A los censuradores que critican «las prioridades del municipio deben centrarse en los servicios ciudadanos y no en decisiones unilaterales de compromiso». El municipio ha comprado a precio reducido esta escultura de 4 metros de altura en bronce. A precio reducido porque no son mis precios habituales, pero se trata de mi tierra, de mis raíces y es por esto que regalo y adjunto 12 piedras de diversas medidas que preparé y pinté con ayuda de dos personas. Este adjunto, regalo para el ciudadano de San Vicente es muy importante por la dirección y la fuerza que adquiere el lugar y así el municipio y el ciudadano poseen más de 12 obras de arte que acumulan las experiencias y el saber de más de 50 años de trabajos en distintos continentes y países. A los censuradores que critican «servicios al ciudadano». Los servicios al ciudadano es lo que más nos mueve y lo que más nos importa en el arte. Nosotros, los pintores y escultores, damos nuestras vidas por ello, porque la humanidad, sin su crónica, sin su memoria, no puede caminar. Por otra parte, se considera una necesidad urgente hoy en día el que sepamos que poseemos un espíritu y que este está agredido en demasía por la tecnología y el materialismo. Así que la terapia del arte existe y a ella es a la que me dirijo con mis obras cuando hablo de servicios al público, del equilibrio y armonía necesaria que les da las obras de arte. Ustedes publican «una comisión técnica que determine las características, necesidades y el diseño más acorde». Nunca hubiese aceptado determinaciones sobre el diseño y características. En mi situación, ningún creador de mi rango podría haber aceptado esta premisa. Este pensamiento decidido rompe con la libertad y la intuición y el quehacer de nuestra misión en el arte contemporáneo. El arte tiene que ser realizado por un monje de la humanidad. Ni Picasso, ni Juan Miró, ni Dalí, Mondrian, Matisse,... hubiesen participado en concursos sobre todo en estas condiciones tan precarias de profesionalidad. Por otra parte, es fácil enterarse de la opinión que merecen mis obras en los países europeos y americanos. Algunos de ellos editaron sellos de correos y me concedieron altas condecoraciones por mis trabajos en el arte. No es lugar para justificar mis méritos y logros, porque lo más importante está aquí, en mi trabajo que yo doy a mi ciudad como lo escribo encima de «Dona Lluna»: «aquí nací, aquí doy». Esta rotonda, templo cosmológico en homenaje a la mujer, vale mucho más de lo que se me da. Pero yo vengo a dar mis conocimientos a compartir y dejar la crónica de nuestros comienzos del siglo XXI. ¡Ah! Querido público: ¡qué ignorancia!, ¡qué atrocidad de pérdida del saber! Hasta Picasso se revuelve en su tumba. Él junto a Voltaire, Víctor Hugo, Mondrian y todos los grandes cronistas de la humanidad frente a la lectura de estas frases dirigidas a mis obras más representativas de nuestra contemporaneidad en el arte. En esta frase «si es que hubo concurrencia con otras obras y si la obra representaba los valores propios de una sociedad democrática del siglo XXI» se ignora y en su extrema ignorancia se hace demagogia aberrante de la misma luz del conocimiento. Queridos y respetados paisanos y hermanos artistas y creadores: aún continúan diciendo que «el sentido de la escultura y su atrevimiento al señalar que irradiará equilibrios y energías positivas». Les digo que discúlpenme, pero el atrevimiento es precisamente el de decir lo que no tiene fundamento y que está probado que el color y la línea irradian energías. Matisse escribe en «escritos y propiedades del arte», como Fischer «las necesidades del arte», Kandinski, Kleper, Juan Miró «esto es el color de mis sueños» Tapies, Telhard de Chardin, Vasarely, Karen Appel, Bachelard, Jose Campbell, Paul Cézanne... Todos escriben sobre las evidencias de las fuerzas y energías de las composiciones del color y las líneas, pueden también leer mi libro «Arte. Materia. Energía» de la editorial Imago, prensa universitaria de Francia (PUF). Una línea es una fuerza que actúa como todas las fuerzas elementales, pero éstas dirigidas a las psiquis del individuo, mi templo. Existen, según Gustav Jung, unas fuerzas en el universo que como la gravedad, agrupa por afinidad las energías espirituales, es el acto al cual se refieren mis composiciones en todas las obras que a ustedes les dejo.


Parafraseando a García May: Saulo, tío, eres mi héroe. Eres el rey.






lunes, 22 de septiembre de 2008

De escaleras y caminos ...


No hay triunfo sin renuncia, dijo alguien. Ni victoria sin sufrimiento. Recuperado de una grave enfermedad, ha puesto los pies en el suelo tras descolgarse de las alturas; Joan Borràs, hasta ahora propietario de una estrella Michelin y chef del Hostal Sant Salvador en La Garrotxa (Catalunya), ha renunciado, voluntariamente, al privilegio de ser uno de los elegidos por la prestigiosa guía gastronómica. La exigencia, el éxito profesional, la prosperidad y la avidez, aún pareciendo un tópico, no son buenos compañeros de viaje. Todo, todo, desmerece nuestra atención mientras los hombres, tenaces inventores de banalidades, seguimos corriendo en pos del vacío. Atrás quedan las sonrisas de los que crees amar, abandonados quedan los paisajes y aconteceres que, por su aparente accesibilidad, desdeñamos al abrirnos paso. Y cuando somos conscientes de ello, cuando la vida nos pega una bofetada, echamos la vista atrás y, consternados, lamentamos el tiempo desperciado. Enhorabuena, Joan. Gracias por ser y estar con los ojos bien abiertos.


Antonio J. López. Septiembre de 2008.




domingo, 21 de septiembre de 2008

Concordancia de criterios

La mañana, luminosa, invitaba a pasear. El asfalto estaba mojado y la gente, aprovechando el escaso tráfico en el centro de la ciudad, cruzaba las aceras sin muchos apuros; decidí comprar el periódico por el solo placer de hojearlo e, indolente, consentí que mi perro intuyera la ruta a seguir.

Era un domingo de invierno, un día de esos en los que el sol calienta con tibieza y los madrugadores van a desayunar a la churrería de la esquina. El cielo era claro y la algarabía de unos gorriones revoltosos arrastró mi mirada hasta la fachada de un edificio antiguo.

Se parecía a otra similar que, en una ocasión, admiré en algún rincón de Roma. Y, claro está, no pude más que acordarme de "Caro diario". Los amantes del cine como mero ejercicio de contemplación, aquellos que gustan de disfrutar del espectáculo de lo cotidiano, ajenos a los fuegos de artificio y a las tramas enloquecidas, seguramente habrán visto esa película italiana. Bueno; ellos y otros que pueden amenazar con retirarte la palabra si se te ocurre defender una obra tan atípica. Sobre ciertos criterios, pese a mi parecer, siempre hay discordancias.

Como a Nanni Moretti, protagonista absoluto de la cinta, me fascinan los paisajes urbanos. Y aunque yo, como él, no me afano en recorrer la ciudad montado en vespa, haciendo paradas frente a cada edificio que las merezca, he de confesar que disfruto dejando mi afición en manos de la casualidad. Créanme: este alegato puede parecerles un argumento razonable. Pero, de hecho, es la excusa que suele dictar mi holgazanería.

Y como de encuentros casuales hablábamos, volvamos a la fachada. Era amarilla y pertenecía a una casa de cuatro plantas. De estilo clásico, había sido recientemente restaurada; de no ser así, no hubiese tenido sentido su olvidada invisibilidad. La puerta de entrada, salvaguardada por una hermosa reja de forja, era de madera noble, sin duda de origen exótico. Y el ático, con su pérgola y sus plantas trepadoras, se presentaba como una auténtica gozada para la vista.

Pero claro: junto a esa casa, delineado en trazas vulgares y ángulos hirientes, pervivía uno de esos edificios de más de doce plantas que pululan en Alicante, levantado en cemento y yeso, fiel reflejo del humo que vomitan los coches. Y más abajo, en la misma acerca, se alzaba otro monstruo de ladrillo caravista verde, con la fachada de la planta baja herida con pintadas ilegibles de furiosos colores.

Es doloroso comprobar que Alicante se ha convertido en un caos urbanístico, fruto de los desmanes de demasiados incapaces. Nadie, hasta ahora, se ha preocupado de mimar una ciudad que, por su privilegiada ubicación junto al mar, ofrece toda suerte de posibilidades. A ninguno de nuestros políticos le ha interesado trazar un proyecto estéticamente coherente y, lo que es peor, no hay voces que clamen contra la demolición de cualquier edificio que, en otras circunstancias, podría ser calificado como histórico. Sobre los solares que queden, desnudos y desescombrados, algún especulador consentido construirá un número escándaloso de viviendas que, de una forma o de otra, engordarán los bolsillos de un número creciente de acaparadores, hambrientos carroñeros a los que poco parece importarles que nuestro país ostente el mayor parque de inmuebles deshabitados de toda la Comunidad Europea.

En todo eso pensaba aquel domingo, mientras caminaba. En eso, y en el modelo que nos muestran algunas ciudades y pueblos que, empeñados en no perder sus raíces, proyectan ideas coherentes hacia el futuro. Abstraído en mi pesimismo, me sorprendió descubrir la meada que mi perro había lanzado sobre una inmensa mole de bronce y cemento que algún brillante pensador había decidido poner junto al Teatro Principal.

Busto de Agamenón. Así se llamaba la escultura. Sin duda, un homenaje a uno de los personajes más fugaces de La Orestiada, de Esquilo. Y de Electra, de Eurípides. Agamenón, rey de reyes, condujo a los aqueos hasta Asia Menor a fin de rescatar de los brazos de un troyano a Helena, la hermosa mujer de su cornudo hermano.

Sin entrar en la estética de la pieza que se alzaba en medio del paseo, que encajaba en aquel entorno tal que un mulo en el aparcamiento de una discoteca, pensé que poco favor hacíamos al teatro ensalzando la figura de un antiguo déspota cuyo mayor mérito fue haber sido degollado por su esposa Clitemnestra.

- ¿No le da vergüenza?

Una señora mayor, de semblante bovino, comenzó a increparme a mis espaldas. Y continuó.

- ¡Tenga un poco de respeto, hombre! ¿No ve que su perro se está orinando sobre una obra de arte?

Yo, que en pocas ocasiones logro sortear situaciones tan embarazosas, le contesté:

- La verdad, señora, es que mi chucho y yo compartimos el mismo criterio; al menos en lo que se refiere a este busto.

Y sin decir nada más, arrastrado por mi mascota hacia alguna ignorada esquina, comencé a imaginar lo bien que quedaría un busto de Helena de Troya, destapando su desnudez en mitad de la acera.


Antonio J. López. Enero de 2002

sábado, 6 de septiembre de 2008

Dulce y malvada ... pereza


Ahora que no está. Ahora que duerme. Ahora que velo su sueño. Es el momento de, por fin, publicar una nueva entrada. Ella, la más dulce, la más tentadora, la más hermosa entre las bellas, me ha permitido, a regañadientes, escribir. Y aunque parezca un contrasentido, sí, ella, mi pereza, descansa. Lo hace desnuda, a flor de piel, sincera, tiernamente abrazada a mi almohada. El verano, mi verano, ha sido suyo. No ha dejado nada por sentir, ha recorrido mi tiempo de puntillas, sonriente, tarareando su luminosa canción. Me ha amado y, pobre de mí, me he dejado amar no una, sino mil veces. Y ahí está derrotada. O haciéndome ver que lo está. La acaricio. Descubro sus párpados dichosos, su respiración sinuosa. Quizá me eche a su lado. Quizá deje ahora mismo esta página que no puedo tocar, estas palabras que no sé adonde me llevan, y derrote mi sien en su pecho, alimento de mi espíritu vano. Quizá pueda escribir algo mañana. Tal vez deba irme con ella, a su lado, de su mano, en pos de un inmerecido descanso.


Prometo volver. Lo haré. Y será así porque, una mala mañana, ella me habrá abandonado.

domingo, 13 de julio de 2008

Desde Nueva York, provincia de Granada ...


Reproduzco el artículo de opinión publicado este domingo por Elvira Lindo en El País. Perdón por no dar mi impresión sobre él, pero mis hijos me esperan en la terraza para continuar jugando ...


ELVIRA LINDO OPINIÓN ¡Juega una hora al día!

Aquí, en mi barrio, lejos del Manhattan turístico, pijo y cool, los vecinos dan un paseíllo nocturno y se sientan a la fresca. Hay imágenes que te devuelven a un mundo antiguo, como ver a Jimmy, un negro cincuentón, sentado a la puerta de uno de los pequeños edificios de la calle. Jimmy es el sereno y controla el mundo desde su silla de plástico. Un poco más allá, al calor de una tienda de licores, un grupo de cubanos viejos, vestidos como si estuvieran a punto de entrar en el Tropicana, se sientan en corro para discutir de Castro o de Pérez Prado. Cuando pasas delante de ellos te saludan llevándose la mano ligeramente al ala del sombrero. Una vez entras en Broadway, que en esta parte de la ciudad tiene un aire furiosamente popular, lleno de ferreterías y supermercados coreanos, ves a esas parejas entradas en años que desde tiempos inmemoriables, en España o en China, salen a dar su vueltecilla a esas horas en las que el calor no muerde. Aunque vayan vestidos como indios de la India o como el típico matrimonio judío, la actitud es siempre la misma: una especie de relajo vital, de paseo con su poco de charla y su mucho de ensoñación. Nos reíamos pensando que poco a poco nos iremos convirtiendo en una de esas parejas, rebajaremos el ritmo de nuestros pasos y entraremos en la edad más despreciada de esta isla, la vejez. Al neoyorquino joven y en la cresta de sus ambiciones le gustaría eliminar de la acera todas aquellas franjas de edad que caminan lento; mandar los viejos a Florida, los tullidos a Harlem, los niños a los suburbios. Por eso, nosotros, inevitablemente mediterráneos, contemplamos la otra noche con emoción a dos niños chinos que jugaban a las puertas de una lavandería con unos muñecos que parecían indios, animando su juego con los mismos sonidos de tebeo que hacían los niños antiguos. La escena nos recordó, y hablo en plural porque fue una noche de paseo y evocación, aquel libro de fotografías de Helen Levitt que, bajo el título En la calle. Dibujos de tiza y mensajes, recoge las imágenes que la neoyorquina tomó de los grafitis infantiles de 1938 a 1948: monigotes en los postes, corazones en las puertas, rayuelas en el suelo. Toda una poesía del pasado vista por los ojos de una mujer que intuyó que en esos trazos se escondía la fórmula de la fugacidad. Ya no hay niños en las calles. En muchas ciudades españolas, tampoco. En parte, por la inseguridad, pero también hay que agradecerle este fracaso a arquitectos, políticos, urbanistas, etcétera, que llevan años olvidando que parte esencial de la formación del niño está en la calle. Hay ciudades enteras que ya están echadas a perder; en Estados Unidos, casi todas. Y el modelo entusiasma, porque ahí está Pekín, destruyéndose a sí mismo para recibir a las visitas. Pero afirmar que este modelo de vida está condenado a fracasar por el insoportable gasto energético que supone y por la mierda de relaciones humanas que facilita, aún está mal visto. Con respecto a la vida de los niños, que están agilipollados de tanto estar en casa o en actividades extraescolares, hay voces de alarma. Débiles, pero significativas. El Ayuntamiento de Nueva York ha llenado la ciudad con carteles en los que se ve al genial monstruo Shrek diciendo: "¡Juega una hora al día!". ¿No es increíble? Hace menos de cincuenta años, las madres se desgañitaban llamando por la ventana a sus hijos para que subieran a cenar. En esa adicción a las pantallas no hay clases sociales, es más fácil que en la casa del pobre entre un ordenador que un libro. Así es. Pero muchos intelectuales, temerosos como siempre de ofrecer una imagen obsoleta, cantan las excelencias del ordenador, como en los cincuenta hicieron con el coche, sin permitir que se le ponga ninguna pega. Los políticos también se apuntan a la celebración. Esta semana, Rodríguez Ibarra, en este mismo periódico, hacía un canto a Internet; escribía en un tono tan arrebatado de "ese pozo sin fondo de sabiduría" que más bien parecía el discurso que el escritor local hace sobre su patria chica. Nos retaba, a padres y educadores, a no perder el tren informático. La pregunta es: ¿quién se lo está perdiendo? Afirmaba algo aún más singular: si los niños viven fuera de la escuela en un mundo digital, ¿por qué obligarles a un mundo obsoleto cuando están en ella?, ¿por qué la vieja pedagogía, decía, desprecia lo nuevo? Ay, ay, yo diría que lo nuevo ya es viejo, tan viejo que hay personas alarmadas por la cantidad de horas que un niño pasa frente al ordenador. Me atrevería a afirmar que el niño necesita algo más sencillo para entender el mundo: la voz humana del profesor; la necesidad de educar el sentido crítico, de expresarse, de buscar información en una biblioteca, de subrayar líneas de un libro, de escribir a mano, de leer en voz alta. Yo diría que, más que obsoleto, saber mirar a los ojos de un adulto que te instruye, en vez de a una pantalla, es algo revolucionario.


Las madres del mundo han dejado de llamar a sus hijos por la ventana. Ahora se asoman con precaución a ese cuarto donde el niño parece hipnotizado por ese pozo que, en sus manos, más que de sabiduría es de burricie. Y ya se sabe que los burros, si se rebotan, muerden.


miércoles, 25 de junio de 2008

Lágrimas de cocodrilo


Se me escapan. Mis ojos se desbordan, los gestos se corrompen, el lastre se derrama. Ocurre que, en ocasiones, lloro. No me avergüenzo por confesarlo, no. Lloro. Y no sucede, precisamente, en los momentos terribles que nos aguardan a todos, agazapados tras las aristas de la vida. Ahí, entonces, acostumbro a mantenerme frío, tal vez distante, como si la desgracia no fuese conmigo. Una escena de una película, en cambio, una estrofa de una canción o el sufrimiento televisado en directo suelen ser detonantes del llanto. ¿Y qué, os preguntareís? ¿Acaso, por eso, eres diferente a los demás? No es eso. No. Deduzco, ley de las probabilidades en mano, que habrá muchos más que reaccionan como yo lo hago. Pero lo que siempre me ha consternado es la posibilidad de que sea mi egoísmo pendenciero, ése que a veces gusta de compadecerse ante su reflejo, el que abre el grifo de mis miserias. Hace poco, hace nada, lloraba. Lo hacía al visionar una escena de una película de David Lynch. "Una historia verdadera", se titula. La actitud del viejo frente a la hoguera, dibujando con sencillez su concepto y experiencia acerca de la familia, fue la excusa perfecta para arrastrarme sin remisión hacia el desgarramiento lacrimógeno. Cuando quise reponerme, cuando dejé de moquear, deduje algo que ya he deducido antes. Supuse que, exponiéndome a tales circunstancias, buscaba ganarme la condición de buena persona. Luego, al poco rato quizá, salí a la calle, esquivé la mirada del pedigüeño, remiré con inquina al vecino que me ignora y volví a ser otra vez yo, tan natural y mezquino como siempre. Y es que hay cosas que, por muchas lágrimas que sueltes, no deseas que cambien.

martes, 24 de junio de 2008

Nocturna


Aquí me teneís. Insomne, como un mochuelo. La noche abruma mi voluntad, y evito, sin proponérmelo, marcharme a dormir. Es la noche de San Juan. De Sant Joan. También de San Giovanni. De Ayios Yiannis y de Saint John. No quiero que se me malinterprete y que creaís que soy una especie de santurrón, maldita sea. Bien sabeís que mi vocación de demonio (bienhechor, pretendo) no me permite tales licencias. Aunque, si lo pienso bien, sí hay un par de benditos por los que me atrevería a ignorar (aunque solo fuese un ratillo) los lúbricos cantos de las Ninfas del Edén del Fuego Eterno. El primero es San Patricio, Saint Patrick, patrón de Irlanda y (¡albricias!) quisiera que de la cerveza. Nací en el día de su onomástica, por lo que es lógico que me provoque cierta simpatía. La otra, no sé si santa, es María Magdalena. Ya en mis tiempos de monaguillo a tiempo parcial se me antojaba como una mujer, ejem, de bandera. Sabina, hace unos pocos años, le dedicó la canción que yo quisiera haberle escrito. Olé por Joaquín, cachondo irredento.

A lo que iba. Es noche de San Juan. Me hubiera entusiasmado la idea de bañarme en la playa (que está aquí mismo, tan cerca) y lustrar mi alma pagana con el salitre y la arena. No recuerdo haber hecho eso antes. Y si lo hice alguna vez (siendo mozuelo) ignoro si fue en la madrugada de un 24 de junio. Andaría yo, casi seguro, enrevesado en otros menesteres que poco tendrían que ver con la magia que, se supone, destila el equinoccio de verano (andando yo con veintipocos años estaba más pendiente de calzarme a Menganita sobre la arena que de misticismos y cuentos de parecido calado). ¿Y porqué no he ido hoy, cual iluminado cuarentón, a bañarme en el Mediterráneo, os preguntareís? Por vago. Ni más ni menos. Por perezoso y por simplón. Hay que joderse ...

Todo esto viene a cuento porque, para congraciarme con la magia, se me ha ocurrido regalaros a todos los que teneís a bien leer mis chorradas un deseo sanjuanero: imploro a la divina Afrodita que el fuego más puro, el fuego que nos ilumina y nos refleja, el que encadila y mece los sentidos, os consuma durante todas vuestras vidas. Que esa llama mágica, escapada de alguna estrella, os haga brillar en la oscuridad, que ilumine vuestros caminos y que, sin miedo a perderla, pueda ser compartida con aquellos que os rodean: amantes, hijos, padres, vecinos y funcionarios, peluqueras y poetas, desalmados y fulanas, cantamañanas y notarios. Todos, todos ellos, deberían dejarse quemar por ella.
PD.- Seguro que peco de poco original, pero confieso haberme reconciliado (¡por fín!) con la selección española de fútbol. Tenía demasiadas heridas abiertas (la de la España de Naranjito, aquella de Arconada en París, la otra de Michel en México y otras muchas que, dolorosamente, aún estaban por cauterizar) y hoy, tras vencer a la Bella Italia, puedo proclamar mi orgullo por haber nacido aquí, por pisar la tierra que me da cobijo y porque unos chavales, con alegría y desparpajo, han logrado ilusionar a este escéptico que soy yo. Lo que pase después no importa. El bien ya está hecho. El fútbol, ya se sabe, es solo un juego. Pero, ¡ay del que pase por la vida sin jugar!

miércoles, 11 de junio de 2008

Sin espíritu de ofender ...


No me importa ser tildado de machista. Tampoco de cualquier otra cosa que, quién esto lea, tenga a bien regalarme. Mas pasa la primavera (más que rara, por Belcebú), arriba el tiempo en que el sol calienta con más brio, cuando el salitre, salpicado de arena, embellece las carnes morenas. No hay belleza, siento, sin verano. No hay verano, rebuzno, sin mujer.


Las palabras que a ella se dedican (y que en el siguiente párrafo transcribo) las recitaba Fernando Fernán Gómez, caracterizado como Manolo en la película Belle Époque. Las había olvidado, pero en una entrevista realizada por internautas a Fernando Trueba, con ocasión del fallecimiento del actor, pude recuperarlas. Componen, más que una reflexión, un circunloquio, y pertenecen a Thomas Mann, en concreto a su obra La montaña mágica.


“O, encantadora belleza orgánica, que no se compone de pintura ni de piedra, sino de materia viva y corruptible. Mira los hombros, y las caderas, y los senos floridos a ambos lados del pecho, y las costillas alineadas por parejas, y el ombligo en la blandura del vientre, y el sexo oscuro entre los muslos. Y déjame sentir la exhalación de tus poros, y palpar tu vello. Imagen humana de agua y albúmina, destinada a la anatomía de la tumba. Y déjame morir con mis labios pegados a los tuyos.”


Pues eso. Que se extraña en estas fechas a don Fernando ...


Habanera imposible

A Carlos Cano.


A uno, como a todos, le apetecería marcharse lejos, dejar la rutina atrás, sumarse a lo impredecible. A uno, como a algunos, le seduce la utópica pretensión de abandonarlo todo, casa, trabajo y merchandising, y arrastrar a la familia a un lugar bucólico y perdido en el que abrir un negocio ruinoso (una libreria de viejo, por ejemplo) y dejar que el compás de la vida, olvidadas las esclavitudes y el vaivén de las prisas, meciera el resto de mis días. A uno, que puede ser necio pero intenta demostrarse lo contrario, le cuesta creer que llegue ese momento, pues el tiempo es veloz, devora tu cuerpo, el imaginario y las hojas de ruta, y al final uno se queda sobre el sofá, pendiente de la televisión. Pero si el destino pusiera en mis manos esa posibilidad de cambio, esa aduana sin barreras, a uno se le ocurre que pudiera marchar a La Alpujarra, a la montaña granaína, a Pitres o a Capileira, a perderse para siempre en un cortijo como el ex-Genesis Chris Stewart. Aunque, bien pensado, da miedo. Verdadero miedo. La última ocasión en que estuve por allí, temí que la bullicie de Órgiva acabará sometiendo la sierra, como un mal terrible que no puede ser detenido. Las montañas, el frío, el agua y los árboles lo impedirían, tal vez. O no. Habría de buscar otro sitio. Otro lugar perdido. En Soria, tierra desolada. Llana, plana, sana. Como sus gentes. Pero viene a mi memoria lo difícil que, hace ya años, costaba robarles la palabra a los castellanos. ¿Y Córdoba? ¿O Cádiz? Tal vez, tal vez. ¿Y Altea o Biar, que me quedan tan cerca? No sé, no sé. Tal vez estaría bien irse a vivir a la isla del viento, Lanzarote. O a La Gomera, donde reina la laurisilva. Islas, todas las Canarias, donde las muchachas cantan al hablar. ¿Y las islas griegas? ¿Cómo pude olvidarlas? En mi haber sigue el recuerdo de la blanca Poros, de la sinuosa Hydra, de las esponjas puestas a secar bajo los portales azules. Nunca vi un mar más cobalto que el heleno. ¿Y si fuera allí donde, a uno, le correspondería ser feliz?


Al uno al que lees le agradaría saber cual sería ese sitio en el que tú desaparecerías. A uno, ya ves, le gustaría saber cual es tu habanera imposible.

lunes, 26 de mayo de 2008

Bárbaro



Ya hace tres años. Tres años, nada más. Tres mundos, tres siglos, tres lunas. Cuando llego él, el duende, mi vida, nuestras vidas, dieron un vuelco. Ahí estaba él, dispuesto a cambiarlo todo, como un minúsculo tirano que, bien temprano, pretendía que el sol girara a su alrededor. Crece deprisa, el duende. Lo hace con carácter, con firmeza y con esa sonrisa maliciosa que ya ha aprendido a contagiarme. Eres grande, hijo. Me enorgullece entrever que puntearás más estrellas que tu viejo.

domingo, 25 de mayo de 2008

Indiana Jones ... y no sé qué de cristal.


Hacía mucho, mucho que no veía una película de estreno en una sala de cine. Una película, me refiero, elegida libre y perversamente por mí (el disfrute de los trabajos de Disney - Pixar obedece a otro tipo de imperativos). Y allá que me fui, con mi flamante curriculum (en el que brilla, como última película visionada, "La comunidad del anillo" de Peter Jackson), ganada la medianoche, a ver la última de Indy. Y de allá salí, perplejo, abducido, rendido tal vez al producto.

No olvido, ni quiero que nadie lo haga, que nos encontramos, ni más ni menos, ante "una de aventuras". Nada más. Y nada menos. Me planté en la sala habiendo leído la crítica de Carlos Boyero (publicada en elpais.com) y sin acordarme exactamente de un título que, cuando lo escuché la primera vez, me pareció francamente mejorable. Mi opinión, visto lo visto, es que es una secuela muy entretenida. Parece tener, como casi todas las que la precedieron, el don de la infatigabilidad. Me refiero, aclaro, a que es una película que, seguro, podremos revisitar una y cien veces, y siempre, o casi siempre, nos hará disfrutar. Tiene (como algunas de las otras) carencias evidentes. Por decir una, prescinde erróneamente de la necesaria tensión que, en una película de este género, debe existir entre el cierto protagonista y su partenaire (en este caso, una Karen Allen entrada en años y en kilos con un papel puramente testimonial). Entre Indy y su antigua novia no pasa nada que justifique una boda final tan ñoña. Cate Blanchett (ver a mi angelical Galadriel con ese corte y color de pelo es algo que me costará olvidar) aporta muy poco al respecto, y el tal Labeouf compone un personaje tan plano y abyecto que, sinceramente, no me sugiere en absoluto que pueda auspiciar buenas futuras películas de la saga Jones. En cuanto al Rey Midas sandonguero (el agente doble o triple de la C.I.A.) no sé aún que pinta en todo el berenjenal ideado por Lucas y Nathanson). Los diálogos abusan de referencias al pasado indianero que el espectador desconoce; ello hace todo más enrevesado y, voluntariamente, uno opta por hacer como que no los ha escuchado. Pero lo bueno de esta historia, aparte de la velocidad de la trama y la espectacularidad de las escenas de acción, sigue siendo el carpintero Harrison. Es un actor como los de antes. Llena la pantalla. Aporta ese toque épico que todos los que hemos sido niños quisimos emular. Eso hace que esta película sea memorable (o más bien recordable) y que cualquiera de las dos partes de National Treasure (La búsqueda) no le haga ni sombra.

Un par de cosillas más: ignoro si meterse en un frigorífico para evitar ser desintegrado por una explosión nuclear sirve de algo pero, aparte de antojárseme increíble la supervivencia de Jones, podría suponer que las ventas de estos electrodomésticos se dispararán. Ojo, publicistas e ideólogos: ahí hay tela que cortar.

La otra cosa con la que espero despedirme es que, pese a no firmar el guión, es evidente que Spielberg chochea y ha metido la mano donde no debía. Al final, tanto extraterrestre y nave espacial hace que busques, en algún ángulo muerto de la pantalla, la tierna jeta de E.T. mientras, de fondo, suena la musiquilla de Encuentros en la tercera fase. Y es que hay cosas que, con cierta edad, no deberían ser probadas.
PD.- Aunque nada tenga que ver, me gustaría dar mi opinión sobre los últimos sucesos en torno a lo sucedido con Santi Santamaría, el cocinero (y propietario creo) del restaurante Can Fabès. Sus embestidas contra la cocina que, en España y en Occidente, lidera Ferrán Adrià ha sido objeto de múltiples debates. Ya he dicho en alguna ocasión que no sé (ni pretendo saber) más allá de lo que mis papilas gustativas me indican. Sin embargo, la espantada que el interfecto efectuó horas antes de dejarse entrevistar por los internautas de un diario digital (indisposición médica, alegó) y la defensa que, ante la Gemma Nierga radiofónica, ha tratado de esgrimir, solo me hacen deducir dos cosas: que quiere vender el máximo número ejemplares de su último (y no sé si único) libro (como si no tuviera bastante con el exquisito complejo gastronómico - hotelero que ha montado para lucrarse) y que siente una profunda, enquistada, inconsciente y malévola envidia hacia sus compañeros de profesión. Cuídate, Santi. La avaricia y el rencor no son los ingredientes que necesitas para sazonar un gran plato.

martes, 6 de mayo de 2008

Antoñito






Flaco. Taciturno. Machacado por la vida. Herido desde lo más recóndito de sus miedos. Hay gentes, músicos o no, que le han dedicado homenajes, han proclamado su muerte o incluso le han compadecido. Siempre, siempre, merece la pena escucharlo. Nada ha impedido que, como memoria sonora de una generación, en comunión con los jóvenes que fuimos y que ya hemos olvidado, nos contagiara su melancolía, su amor por las olas, su anhelo por trazar paralelas sobre el firmamento. Ahí está, irreductible. Parece que se arrastra. El rostro, ajado. La nariz, picuda. La melena, cana y descuidada. Lleva en su corazón los acordes de "Estaciones", de "Elixir de juventud" y de "Una décima de segundo". Y aún ahí quién ignora que era él cantaba aquello de "La chica de ayer".




Gracias por existir, tocayo. Te deseo lo que esperas.




A Antonio Vega. Al niño perdido que todos creemos haber dejado de ser.

viernes, 28 de marzo de 2008

La loba y el miedo

Ésta es mi tercera participación en un concurso de microrelatos. En este caso, uno llamado "Alma de Magno". Y es que la querencia por el alcohol, aunque sea mesurada, es cosa de familia.


El aire le abrasaba. Acurrucada bajo el umbral del portón, la muchacha gemía. Nadie, ni siquiera el perro de la casa, había salido a recibirla. Los labios, resecos, apenas retenían su alma desbocada. "¡Están por venir, ¡están por venir!", advertía. Mas ninguno quedaba que pudiera escucharla. Con el dorso de una mano, morena o mugrienta, retiró el sudor que pretendía cegarla. De pronto, lo oyó. "¡Cras!" Apenas un crujido entre los matorrales, tal vez una bestia agazapada. Corrió hasta allí, hasta donde algo oculto se movía. El viento, al detenerse, le obligó a bajar la mirada. A sus pies, dormido, un niño pequeño, apenas recién parido, se recostaba entre las sombras. Lo tomó, como si de su madre se tratara. Lo amparó bajo sus brazos y contempló la montaña. Sin tiempo que perder, ni agua que beber, partió hacia ella, resuelta a luchar por una vida que no era la suya. Cerca, muy cerca, el magno ejército de bárbaros avanzaba.

jueves, 13 de marzo de 2008

Tal día como hoy ...


Horizonte siempre (2006)


Tal como día como hoy, al romper una alborada de hace
siete fugaces años, nació mi hija.

Parece que fue ayer y hoy la miro y, al sonreirme, aún
veo a la recién nacida que, a solas, en la incubadora de
una enorme sala blanca, me desveló los misterios del
ser y del estar.

Bendigo sus ojos, su piel, cada uno de esos pequeños
gestos que, por únicos, la hacen distinta.

Y cuando amanece, cada mañana, miro al cielo y rezo para
que el día irrumpa con la misma calidez, con el mismo
brío y desparpajo de sus ojos abrunados.

El guiri al que le robaron en Xàbia hasta las sandalias ...



Me gustaría dedicar esta entrada a un amigo por desentrañar, Paul Hervé Paquet.


Paul es un excéntrico. O, tal vez, el mundo, las gentes, los lugares que le rodean son los raros.
Carpintero de vocación, como su padre, como su abuelo, como tal vez su bisabuelo, nació al otro lado de los Pirineos hace cincuenta años largos.
Confiesa, me dijo en una ocasión, haberse jubilado en la veintena, cuando se vino a vivir a España. Pasó el tránsito de la juventud a la madurez embarcado, en la montaña, leyendo o labrando.
Quizás, tal vez, tenga un hijo o una hija, pero no es asunto que nos concierna.
Trata de defendernos (aunque, insisto, crea que los demás seamos raros) de los tiburones (y tiburonas, para que todos o todas se sientan ofendidos u ofendidas) que visten traje a diario y piensan que el mundo, cómo no, ha de ser como solo ellos (y ellas) han concebido. Y además, por si fuera poco, escribe.
Y el tipo, que no lo hace nada mal, ha querido que yo, un humilde garabatero, corrija las inevitables incoherencias que una mente que piensa en francés dicta a una mano que escribe en español.
¿Es valiente o no, este carpintero?

Para que se vea que lo es, para que se compruebe que es capaz de plantarse ante el mismísimo Quim Monzó (ése que, para bien o para mal, arrasa en las librerias catalanas) y llamarle a la cara ladrón, os dejo la
dirección de su página web, rebosante de dardos y mala leche (aunque pueda estarse de acuerdo con él o no, pasareís un buen rato).

http://www.elmosquito.net

PD.- La imagen que le dedico, arriba, no es mía; lo digo para que el franchute no me acuse a mí, válgame Saint Patrick, de robar nada a alguien. Como casi todas las que aparecen en mi blog (excepto las tituladas y fechadas) las pesco al tún - tún con Google, esperando no agraviar a sus autores. Y si así fuera,
pido que acepten mis disculpas, advirtiéndoles que no tengo inconveniente, si así lo desean, en quitarlas. O, como mal menor, citar la fuente de la que proceden.

Faltaría más; uno es mileurista, pero medianamente honrado.

¡Ah! A propósito: he sabido que el dibujo del Odiseo perplejo es de José Luis López Rubiño. Agradecimientos,
José Luis; has dado en el clavo.





domingo, 9 de marzo de 2008

The shyness of genius



Como sacar provecho de una mañana de domingo ...



Éste de la foto es Kiz. Junto a su último trabajo. Kiz es un tipo corriente, inusualmente tímido, que nada tiene que ver con todos los personajes que, en esta descomunal película que es la vida, pretenden hacerse con el papel protagonista. Lo conozco desde hace bastante, pero nunca había hablado con él. Y un día, seguramente por causa de mi irrefrenable curiosidad, me reveló que era graffitero. Más que eso, que es un artista. Y desde ese momento, observo, vigilo y, que duda cabe, admiro su trabajo.

Kiz, según mi humilde opinión, es un tipo que todavía no ha dado lo mejor de sí mismo; en serio, no creo que aún haya explotado. Le queda aún mucho camino, muchas técnicas, muchas perspectivas que descubrir. Eso sí: si, hasta el momento, ha parido verdaderas obras de arte, no quiero imaginar hasta donde puede llegar. Sin embargo, si hablas con él, descubres que, en la mochila, no guarda un ápice de ambición. No espera nada, no fantasea con lo que pueda ocurrir. Está ahí, aprendiendo de sí mismo y de los demás, siguiendo una vereda que, en cuanto se descuide, descubrirá que no tiene fin.

El hombre es un grande. O lo va a ser. De casta le viene al galgo ...

PD.- Para seguir su obra, echar un vistazo en www.koolkiz.com/index2.htm y koolkiz.deviantart.com.




domingo, 10 de febrero de 2008

Noche de sábado en el Murri


Coincide que estoy a punto de acabar el libro de Xabier Moret, “El Bulli desde dentro”, y me hallo pasmosamente contagiado por ese lenguaje de aromas y sabores que nos desborda con términos tales como la deconstrucción o las texturas de alimentos.

Coincide que, por primera vez desde hace tres años, mi compañera y yo nos desprendimos de la prole y quisimos compartir una noche (¡por fin!) de intimidad y misterio.

Para tal ocasión, acudimos a Murri, al mismo restaurante que, en nuestra última salida , tuvimos a bien visitar. Es un local relativamente pequeño, decorado con un diseño sobrio e intimista, que invita a mirar a la cara a la pareja. Y a seducirla, por supuesto.

Pero mi intención no es hablar de asuntos, digamos, tan personales. Este comentario está, y debe estar, dedicado exclusivamente a Murri. A Gustavo (creo que se llama así) y a sus camareras, a su jefe de cocina y a sus colaboradores. Esencialmente, al comenzar la cena, todos ellos se distinguieron por su exquisito trato, por su amable asesoramiento, por su servicial elegancia al servirte el vino (Protos Roble 2004, un ribera joven y correcto, ideal para guisos con cerdo). El comienzo, espectacular: dos entradas, una fría y otra caliente (cuyos nombres, por lo trascendente de nuestra conversación y mi herida memoria me es imposible recordar). Los platos principales, magret de pato y secretos de cerdo, absolutamente gloriosos (yo comí los secretos, puesto que ya había probado en mi anterior visita el magret) y los postres sugerentes y espectaculares (no hay que marcharse sin probar el buñuelo de queso o el volcán de chocolate). En la carta, quedaron para otra ocasión la hamburguesa de solomillo de ciervo o el taco de atún rojo, que se nos antojaron absolutamente recomendables.

Puede deducirse, una vez leído todo esto, que no soy un sibarita. Ni siquiera podría a aspirar a ser calificado como gastrónomo mediocre. Me gusta, eso sí, pensar que sé disfrutar, con mis escasos recursos y conocimientos, de los placeres que nos brinda la vida. Y Murri, en la plaza de España de Sant Vicent del Raspeig, a partir de las nueve y media de la noche, sabe como suministrarlos. Si buscas comer sin saborear el bocado, relamiéndote en la sensación de que puedes pagar cualquier cosa que quieras pedir, ni te plantees visitarlo. Si ansías comer hasta hartarte, si gustas de juzgar sin despejar los prejuicios, el Murri no es lugar para ti. Pero si te complace que te agasajen y sorprendan, si quieres divertirte y emocionarte, si tu sensibilidad va más allá de lo que piensas que es lo común, acude corriendo. Lo pasarás en grande.

Un humilde consejo a Gustavo: prueba a realizar un menú - degustación, a la manera de Adriá. Arriesga para entrar en el Olimpo. Y consígueme, por favor, una copia de la carta. Es, cómo no, para enmarcarla. Mil gracias.

jueves, 7 de febrero de 2008

Guillermo Armengol Guillén

Seguramente, casi nadie lo conocerá. Probablemente, ninguno de lo que lean estas palabras sabrá quién es. Fue, y es, mi profesor. El maestro. Ése que marca tu destino, y casi has olvidado.

No quiero, con esto, menospreciar al resto de los mentores que se han cruzado por mi vida académica. Los odiados, a los que deseo eterna tortura en cavernosos avernos, no merecen mayor mención que la presente. Los buenos, que dejaron su impronta en mi menguada memoria, han de saber que me acompañarán hasta el final. Ahí están José Antonio, catedrático y descubridor, que abrió ante mis ojos los horizontes de los reinos de taifas de la España musulmana. Maria Eugenia, que conjuró los malos espíritus y logró que me aviniera con la trigonometría y los logaritmos enarbolando, además de una tiza, su lacerante sonrisa. Don Julián, ése que tuvo a bien alentar mis primeros dibujos haciendo que mi madre se sientiera orgullosa de su vástago. Y, naturalmente, Yolanda, la dulce Yolanda, la jovencísima sustituta que, con poco más de seis o siete años, me robó el corazón y se lo guardó para siempre en su inolvidable escote.

Mas, entre todos ellos, descolla Guillermo Armengol, hoy todavía director de mi antiguo colegio y, en mi juventud, nada menos que Don Guillermo, el melenudo y bigotudo maestro de Lengua y Literatura que, con paso poderoso y mirada indestructible, descubrió, ante los ojos de unos preadolescentes desmesuradamente atolondrados, los valores y principios que toda persona, por el solo hecho de serlo, debe ganarse y merecer. Por usted brindo, don Guillermo, con una copa de Ribera del Duero en mano. Descubrió en mí al escritor que puedo llegar a ser. Espero que, algún día, pueda cumplir sus designios.

lunes, 4 de febrero de 2008

Acerca de "La sombra del viento"


No tenía pensado entrar al trapo tan pronto. Me refiero al librito de Zafón. Ante todo, porque no quiero cultivar una imagen de alguien que dispara contra todo lo que goza de la aquiescencia de un gran sector del público. Pero, ya que mi amigo Kiz parece más que interesado en averiguar que es lo que tengo contra el autor de "La sombra del viento", pues hala, allá que voy.

En primer lugar, lo que siento hasta ese señor, afincado en L.A. desde los noventa, es envidia. Envidia por dedicarse a lo que le gusta, evidentemente. Y, por supuesto, envidia de que le vaya tan bien.

Dicho esto, y considerando que me obligué a leer la novela hace tres o cuatro años (ya no recuerdo), he de decir:

1º.- Que el título, además de ser un pomposo alarde de pretenciosidad, no me dice nada del otro mundo.

2º.- Que el argumento es ramplón, alarmantemente previsible y está repleto de tópicos y de elementos repetitivos.

3º.- Que los personajes son lineales, literariamente gastados y, por ello, predecibles.

4º.- Que, a estas alturas, es decepcionante topar con un cementerio de libros olvidados, con un personaje pretendidamente siniestro en plan fantasma de la opera y con un partenaire del héroe tan burdo (¿cómo se puede llamar a un personaje Fermín Romero de Torres"pintó-a-las-mujeres-morenas" que se nutre, esencialmente, de los chistes y gracietas que todo españolito que ronde los cuarenta tacos conoce de memorieta?).

5º.- Que el secreto de su éxito reside, amén de en su esencia folletinesca a medio camino entre el peor de los relatos del negro más negado de Alejandro Dumas padre y las historietas sesenteras de Los Cinco, en que un político que lee (o eso, al menos, aseguró él), alemán y europeista por más señas, le diera, desde su poltrona, el espaldarazo necesario para que el gran público, ávido de novedades, la reclamara para sí (mucho antes, la novela transitó de editorial en editorial, sin que ninguna se planteara publicarla).

Podrá acusárseme, al hacer estas valoraciones, de ser un ignorante, de actuar por pura envidia (que, repito, siento por varios motivos hacia Ruiz Zafón, aunque no por el hecho de haber escrito esta dichosa novela) o de ser el típico idiota que va contracorriente. Pues vale. Allá cada uno con sus pareceres. Sin embargo, me gustaría que el amigo Fiz siguiera mi consejo y se atreviera, por ejemplo, con "Filomeno a mi pesar", de Torrente - Ballester. Eso es una novela. Deliciosamente escrita, adecuadamente tramada, con unos personajes creíbles que crecen con la historia, en ocasiones divertida o desasosegante y, pese a todas esas virtudes, Premio Planeta 1988.

Por mi parte, nada más. Solo añadir, si es que cualquier admirador del catalano-californiano ha llegado a leer hasta aquí, que Zafón me parece un punto por encima de la Rowling (sí, ésa que hace mejunjes mágico-mitológicos para adolescentes), un punto por debajo de Dan Brown (otro al que le gusta mezclar churras con merinas, aunque a éste le va un público más crecidito y, eso sí, sabe como enganchar al lector) y muy, muy, muy por debajo, por ejemplo, de Noah Gordon (y mira que me ha decepcionado, aunque a éste si puedo perdonárselo, "La bodega").

En fin. Que no seré yo quién abra un nuevo libro de Zafón.

jueves, 31 de enero de 2008

Un poema de Yorgos Seferis ...


"Dijiste hace años: En el fondo soy un asunto de luz. Y ahora todavía al apoyarte en la ancha espalda del sueño, aun cuando te hunden en el pecho aletargado del pronto, buscas rincones donde el negro se ha gastado y no resiste, buscas a tientas la daga destinada a perforar tu corazón y abrirlo a la luz."

martes, 29 de enero de 2008

Y, de nuevo, volví a intentarlo ...

Este lo escribí mucho más tarde, a finales de 2007, para otro concurso (que tampoco gané) del programa televisivo Página2.

TAN TEMPRANO...

Deseo. Deseo que amanezca otra vez, que la luz irrumpa en la habitación, que un nuevo día comience y que tú, como cada día, me des los buenos días y compruebes el gotero. Desespero. Despero porque, cuando te gires y preguntes, cuando me escuches y sonrías, evitarás mirarme a los ojos. Declaro. Declaro que, si tú te inclinas, si te prestas y me acerco, si arrinconas tus peros y recelos, volveré, de nuevo, a besar tus labios.

El compañero de cuarto, exasperante, pone la televisión. Y una desconocida entra por la puerta para, sin disimular su bostezo, tomarme la temperatura.


Un microrrelato de mi cosecha ...

Es malo, pero es mio.

Lo escribí en 2003, ateniéndome a una serie de normas absurdas que El Mundo, en un concurso al uso, tuvo a bien imponer. Naturalmente, no gané.


NADIA

Siempre me contempló como si no estuviera a su lado. Muy distinto. Mi piel y su piel, decía, era como comparar una nube y un nubarrón. Yo podría averiguar, si lo deseaba, cuál fue la comadrona que asistió a mi parto. Ella reconocía que no podría reconocer en un atlas el enorme desierto que le vio nacer. Al fin, tras una breve despedida, terminó por alejarse de mí. Se excusó diciendo que no le gustaba mi nariz, aguileña como la de un judío. Todavía respiro por ella.

¿Qué hacer si, una mañana, amaneces millonario?

Todos, absolutamente todos, desearíamos estar podridos de dinero. Querríamos tener ese golpe de suerte que, de buenas a primeras, proporcione un cambio tan drástico a nuestras vidas que nos saque de la rutina que nos asedia. Partimos de la premisa de que somos infelices, o no todo lo felices que hubiesemos querido ser, y deducimos que un montón de pasta en el banco, caída del cielo, nos cambiaría la vida.

Probablemente, así debe ser. Lo digo porque yo, de momento, no lo experimentado. Aunque supongo que habrá muchos, demasiados, que no compartan mi opinión; aquellos que se atrincheran tras la supuesta integridad del alma humana, aquellos que despotrican de la podredumbre que genera el dinero, ruego, de antemano, que me perdonen. Ya sé, ya sé. Lo que en verdad vale, lo que ciertamente compensa nuestra penosa existencia son otras cosas que están más allá de la macroeconomía y de los fondos de inversión. Pero esas cosas, sencillas y etéreas, acostumbran a costarnos un buen pico. Y, no siendo así, lo que sale caro es el camino que nos conduce hasta ellas.

En fin, no escribo esto con la pretensión de iniciar un ensayo sobre la íntrinseca relación felicidad – riqueza. Solo es una excusa para contaros, iluso de mí, que haría yo si fuese escandalosamente millonario.

Y como es algo con lo que me gustaría continuar fabulando, he de deciros que hoy, exclusivamente, os hablaré de lo que haría con mi actual trabajo.

Estoy cansado. Cansado de escuchar sentencias a mi alrededor como “si me tocara la lotería mandaría a mi jefe al carajo” o “si tuviera mucho dinero yo continuaría trabajando; ¿qué iba a hacer yo todo el día, aburrido?”.

Es lamentable. O, y perdon si alguien molesto, a mí me lo parece. ¿Cómo voy a plantarme ante mi superior y mandarlo a la mierda, voz en grito, por las buenas? Lo que quedaría, aparte de la posibilidad de que me respondieran dirigiéndome al mismo lugar que yo mismo he invocado, son mis malos modos, mi absoluta falta de educación. Por muy rico que sea, es absurdo pasar de un extremo (el mileurista absolutamente domesticado) a otro de manera tan brusca. Tendré dinero a manta, podré restregárselo a todo el mundo, pero resultaré chabacano, ahí, en plan chulo, escupiéndole mi resentimiento a una persona que, hasta ese momento, jamás hubiera esperado algo así de mi. La oficina alborotada, la adrenalina disparada, la venganza por las afrentas recibidas por fin consumada. Así de rápido. Sería como acudir a la primera cita con la mujer a la que aspiro amar y, antes de presentarme, soltarle que me quiero acostar con ella.

¿Cómo no voy a darme el lujo de invitar a mi jefe, a toda la cúpula directiva, a mis queridos compañeros a una suntuosa celebración? Imagínese que una de las primeras cosas que he hecho en mi nueva vida de millonario es, naturalmente, adquirir una propiedad en la playa. Imaginaos una villa blanca de una planta de diseño, abalconada sobre el mar, seductoramente ajardinada, alumbrada por una límpida luna de verano, con el vino de mi bodega en las copas de los invitados y lo mejor de la extraordinaría gastronomía mediterránea servido bajo unas enormes jaimas alumbradas por teas de bambú. Imagínaos que el servicio, agradable y solícito, colma de atenciones a toda la gente, que una suerte de música dócil que embriaga el aire y los sentidos dulcifica el paso del tiempo, que las sonrisas y la diversión van alumbrando la noche. Yo, el nuevo millonario, no pretendo parecer suntuoso; no llevo un reloj de sesenta mil euros, ni un traje de Julie Sohn, ni he expuesto la docena de coches de alta gama que he comprado fuera del garaje, a la vista de todos. Visto ropa clara, con sencillez y holgura, voy (por supuesto) descalzo y luzco una sonrisa de oreja a oreja. A mi lado, sonriente, me acompaña una hermosísima joven que no es otra cosa que mi asistente personal, además de alguien tan cariñosa como profesional. Que no se me malinterprete: la joven, desde luego, no sería mi amante. El hecho de que esté casado, aunque mi familia estuviera pasando unos días en Santorini, no me permitiría llegar tan lejos.

La noche entre risas, licores y baile. No he desdeñado la posibilidad de amenizar la velada con algún tipo de espectáculo, con alguna actuación musical, probablemente de Shakira. Al alba, cuando los DJ’s se explayaran con el chill out, comienzo a despedir a mis invitados. Uno a uno, dedicándoles su tiempo, los despacho con un "hasta siempre". Al llegar hasta mi exjefe, que me aguarda sonriente pero cansado, le doy una palmadita en la espalda. Luego, sin más, le digo que el verdadero sentido de la vida no es pisar a los demás para llegar más alto, sino ser más generoso con los que no lo han sido contigo. Después, y tras desearle mucha suerte, mi secretaria me lleva en coche hasta el velero, en el pequeño puerto de Altea, rumbo hacia la isla donde me espera mi familia. Wendy, discreta, sonríe. Todo queda en orden, todo queda dicho. ¿Hay algo más satisfactorio que obrar honestamente?

Ésa sería mi dulce venganza. Así de sencilla, y así de cara. Puede que a algunos le parezca tibia, pero a mí se me antojaría antológica.

¡Ah! Por poco se me olvida. Respecto a lo de ser millonario y continuar trabajando … en mi caso no es posible: sufro de una enfermedad desde niño, la inertia laboris, que me imposibilita tomarme eso en serio. Aunque, eso sí: que cada cual haga lo que le de la gana. Para gustos, los colores.

¿Del Toro dirigiendo "El Hobbit"?



Acabo de enterarme y, la verdad, pese a lo que de un tiempo a esta parte se venía rumoreando, me he quedado pasmado. Sin embargo, antes de hacer sangre y dar rienda suelta a mi puritita rabia, me atrevere, cómo no, a dar mi singular valoración de otra película del imputado, ésa que tuvo el acierto de titular "El laberinto del fauno".

Según mi parecer, en dicha obra, con los andamios aún a la vista, conviene resaltar:

1º La elección (y el trabajo, evidentemente) de unos actores más que acertados, encabezados por Sergi López, incitados por Maribel Verdú y secundados, por supuesto, por Álex Angulo e Ivana Baquero.

2º La extraordinaria caracterización de algunos personajes y/o seres fantásticos.

En detrimento de todo ello, he de decir:

1º Que el personaje de Sergi tiene demasiadas semejanzas con el de Ralph Nathaniel Fiennes de la "Lista de Schindler", de nuestro amigo Esteban, el que juega en la montaña.

2º Que, tras visionar el laberinto, tuve la sensación de que el cuate William rumiaba desde hacía lustros un par de buenas ideas (como la de la existencia de las hadas - insecto, que espero que no haya plagiado a nadie, y la del hombre pálido) y otras mucho más malas (¿un sapo gigante? ¿una mandrágora llorona?) con las que anhelaba ensamblar una historia, acabase como acabase.
Al fin, supongo, pariría un guión que trataba lo fantástico a la par que lo real (y, en ese punto, claro está, nos tenía que tocar a nosotros, los españolitos, como si no se hubieran filmado ya suficientes películas sobre la guerra civil). ¿El resultado? Para mí, simples fuegos de artificio. Las historias (la divina y la terrenal) se entrecruzan una y otra vez dejando muchos puntos sin resolver, permitiendo que las resoluciones de los conflictos argumentales resulten forzados, sin el añadido de veracidad que un film tan sui generis debiera ostentar. La elecciones de Luppi (al que creí admirar hasta que aceptó su elevado papel de rey rollo Michael Ende) y la de una Ariadna desconcertante (o desconcertada, aún no sé a qué atenerme) son ridículas, aportando un plus esperpéntico en un final que, por improvisado, remata tristemente la faena.
Por todo ello, creo que el único aliciente para ver esta película consiste en ver la estupenda caracterización de Doug Jones (el fauno y el hombre pálido) y la originalidad de las susodichas hadas - insecto. ¿Sergi López? Para disfrutar de sus actuaciones, aconsejo ver cualquier otro título que haya protagonizado, preferiblemente de producción francesa. ¿La Verdú? Sinceramente, a mí me gusta la Verdú dónde y cómo sea, aunque así, tan vestida todo el rato, pierda algo de encanto.

Sirva la valoración que del laberinto he efectuado como introducción a mi siguiente comentario: hoy mismo me he enterado de que el Torito está bastante bien colocado por la industria para dirigir las dos precuelas de "El Señor de los Anillos". Humildemente, he de opinar que me parece esencialmente lacrimógeno que "El Hobbit" pueda acabar en manos tan infames. Y ojalá el tipo haga una obra maestra, por mí que no quede. Pero, pienso, para dirigir "El Hobbit" hace falta algo más que haber leído el libro (destinado, según un Tolkien deslumbrado ante el universo que había creado, al público infantil). Y también haber hecho algunas películas de terror pseudo-fantástico dedicadas, que duda cabe, a hacerse un hueco entre los blockbusters más requeridos por la juventud norteamericana. Para hacer "El Hobbit" no sólo es preciso haber devorado (no una, sino varias veces) los tres libros que le suceden (que, por cierto, Guillermo el Travieso asegura no haber sido capaz de digerir en el pasado), sino también estar enamorado; es absolutamente imprescindible estar iluminado por el universo tolkiniano, por lo que, opino, un simple advenedizo encumbrado por los hombres de gris no es la persona que una empresa de tal magnitud necesita. La trilogía de "El Señor de los Anillos" es, obviamente, una sola película. Y redonda, en el sentido de que es perfecta. "El Hobbit" debe ser, ni más ni menos, un largo prólogo de esa historia. Es absolutamente necesario dibujar un nuevo círculo que, a la medida del creado por Jackson, proporcione cobijo al anterior. Peter conoce la historia desde niño, la ha imaginado mucho antes de haberla rodado, ha jugado con los lapsos y los errores de Tolkien para hacerla totalmente a su medida. Y a la nuestra. Jamás, y temo no equivocarme, Guillermo podrá realizar un hobbit a la altura del que pudiera hacer Jackson. Es un imposible y, por supuesto, un despilfarro de recursos.

Si Guillermo del Toro consiente en meterse en el jaleo, solo me cabe deducir que, además de no ser un tipo honesto, su carrera está orientada única y exclusivamente en pos de la pasta. Ya puede ir apretándose los machos.

Con esto, doy por finalizada el destripe. Otro día, y visto que esto le viene de perlas a mi karma, me meteré con Carlos Ruiz Zafón.
Sí, el de la maravillosa "La sombra del viento".
Ése es otro que me tiene contento.