jueves, 7 de febrero de 2008

Guillermo Armengol Guillén

Seguramente, casi nadie lo conocerá. Probablemente, ninguno de lo que lean estas palabras sabrá quién es. Fue, y es, mi profesor. El maestro. Ése que marca tu destino, y casi has olvidado.

No quiero, con esto, menospreciar al resto de los mentores que se han cruzado por mi vida académica. Los odiados, a los que deseo eterna tortura en cavernosos avernos, no merecen mayor mención que la presente. Los buenos, que dejaron su impronta en mi menguada memoria, han de saber que me acompañarán hasta el final. Ahí están José Antonio, catedrático y descubridor, que abrió ante mis ojos los horizontes de los reinos de taifas de la España musulmana. Maria Eugenia, que conjuró los malos espíritus y logró que me aviniera con la trigonometría y los logaritmos enarbolando, además de una tiza, su lacerante sonrisa. Don Julián, ése que tuvo a bien alentar mis primeros dibujos haciendo que mi madre se sientiera orgullosa de su vástago. Y, naturalmente, Yolanda, la dulce Yolanda, la jovencísima sustituta que, con poco más de seis o siete años, me robó el corazón y se lo guardó para siempre en su inolvidable escote.

Mas, entre todos ellos, descolla Guillermo Armengol, hoy todavía director de mi antiguo colegio y, en mi juventud, nada menos que Don Guillermo, el melenudo y bigotudo maestro de Lengua y Literatura que, con paso poderoso y mirada indestructible, descubrió, ante los ojos de unos preadolescentes desmesuradamente atolondrados, los valores y principios que toda persona, por el solo hecho de serlo, debe ganarse y merecer. Por usted brindo, don Guillermo, con una copa de Ribera del Duero en mano. Descubrió en mí al escritor que puedo llegar a ser. Espero que, algún día, pueda cumplir sus designios.

5 comentarios:

  1. Es curioso. Tras más de veinte años sin vernos, me topo hace unos días con Don Guillermo en plena calle. Nos damos la mano, luego un abrazo y nos interesamos por la salud de cada cual. Parece que tiene prisa. No me reprimo y, sin pensarlo, le digo que me he decidido a escribir. Él asiente, algo forzado, y me confiesa que él también lo hace, aunque sin suerte. Se escabulle. Realmente, tal vez, sí tenga muchas cosas que hacer. O tal vez ni siquiera sepa quién es el fulano de 1,90 de estatura que, sonriente, le ha atropellado para saludarle. No importa. Puede que pasen otros veinte años para que nos veamos. Y si es así, como mucho, le saludaré desde lejos. A veces uno guarda una verdad que resulta ser incierta ...

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  2. Vaya decepción, precisamente cuando habías estado recordándolo por aquí. A veces es mejor que esas personas que han sido especiales para nosotros se queden ahí, en nuestros recuerdos, tal como las veíamos e idealizadas por el paso del tiempo, que volver a encontrarlas y ver que son tan imperfectas como cualquiera de nosotros, con las mismas prisas que todos, y que ya ni se acuerdan de uno. Un saludo

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  3. jo tete. K haces k no m has llevado ya a este sitio? ya estás tardando!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

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  4. Querida Jessi:

    Creo que te has equivocado de entrada ... Je, je.

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  5. es cierto, ya sabes como soy... jajaja me refería al MURRI bueno pues eso ya lo sabes jaja

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