martes, 29 de enero de 2008

¿Qué hacer si, una mañana, amaneces millonario?

Todos, absolutamente todos, desearíamos estar podridos de dinero. Querríamos tener ese golpe de suerte que, de buenas a primeras, proporcione un cambio tan drástico a nuestras vidas que nos saque de la rutina que nos asedia. Partimos de la premisa de que somos infelices, o no todo lo felices que hubiesemos querido ser, y deducimos que un montón de pasta en el banco, caída del cielo, nos cambiaría la vida.

Probablemente, así debe ser. Lo digo porque yo, de momento, no lo experimentado. Aunque supongo que habrá muchos, demasiados, que no compartan mi opinión; aquellos que se atrincheran tras la supuesta integridad del alma humana, aquellos que despotrican de la podredumbre que genera el dinero, ruego, de antemano, que me perdonen. Ya sé, ya sé. Lo que en verdad vale, lo que ciertamente compensa nuestra penosa existencia son otras cosas que están más allá de la macroeconomía y de los fondos de inversión. Pero esas cosas, sencillas y etéreas, acostumbran a costarnos un buen pico. Y, no siendo así, lo que sale caro es el camino que nos conduce hasta ellas.

En fin, no escribo esto con la pretensión de iniciar un ensayo sobre la íntrinseca relación felicidad – riqueza. Solo es una excusa para contaros, iluso de mí, que haría yo si fuese escandalosamente millonario.

Y como es algo con lo que me gustaría continuar fabulando, he de deciros que hoy, exclusivamente, os hablaré de lo que haría con mi actual trabajo.

Estoy cansado. Cansado de escuchar sentencias a mi alrededor como “si me tocara la lotería mandaría a mi jefe al carajo” o “si tuviera mucho dinero yo continuaría trabajando; ¿qué iba a hacer yo todo el día, aburrido?”.

Es lamentable. O, y perdon si alguien molesto, a mí me lo parece. ¿Cómo voy a plantarme ante mi superior y mandarlo a la mierda, voz en grito, por las buenas? Lo que quedaría, aparte de la posibilidad de que me respondieran dirigiéndome al mismo lugar que yo mismo he invocado, son mis malos modos, mi absoluta falta de educación. Por muy rico que sea, es absurdo pasar de un extremo (el mileurista absolutamente domesticado) a otro de manera tan brusca. Tendré dinero a manta, podré restregárselo a todo el mundo, pero resultaré chabacano, ahí, en plan chulo, escupiéndole mi resentimiento a una persona que, hasta ese momento, jamás hubiera esperado algo así de mi. La oficina alborotada, la adrenalina disparada, la venganza por las afrentas recibidas por fin consumada. Así de rápido. Sería como acudir a la primera cita con la mujer a la que aspiro amar y, antes de presentarme, soltarle que me quiero acostar con ella.

¿Cómo no voy a darme el lujo de invitar a mi jefe, a toda la cúpula directiva, a mis queridos compañeros a una suntuosa celebración? Imagínese que una de las primeras cosas que he hecho en mi nueva vida de millonario es, naturalmente, adquirir una propiedad en la playa. Imaginaos una villa blanca de una planta de diseño, abalconada sobre el mar, seductoramente ajardinada, alumbrada por una límpida luna de verano, con el vino de mi bodega en las copas de los invitados y lo mejor de la extraordinaría gastronomía mediterránea servido bajo unas enormes jaimas alumbradas por teas de bambú. Imagínaos que el servicio, agradable y solícito, colma de atenciones a toda la gente, que una suerte de música dócil que embriaga el aire y los sentidos dulcifica el paso del tiempo, que las sonrisas y la diversión van alumbrando la noche. Yo, el nuevo millonario, no pretendo parecer suntuoso; no llevo un reloj de sesenta mil euros, ni un traje de Julie Sohn, ni he expuesto la docena de coches de alta gama que he comprado fuera del garaje, a la vista de todos. Visto ropa clara, con sencillez y holgura, voy (por supuesto) descalzo y luzco una sonrisa de oreja a oreja. A mi lado, sonriente, me acompaña una hermosísima joven que no es otra cosa que mi asistente personal, además de alguien tan cariñosa como profesional. Que no se me malinterprete: la joven, desde luego, no sería mi amante. El hecho de que esté casado, aunque mi familia estuviera pasando unos días en Santorini, no me permitiría llegar tan lejos.

La noche entre risas, licores y baile. No he desdeñado la posibilidad de amenizar la velada con algún tipo de espectáculo, con alguna actuación musical, probablemente de Shakira. Al alba, cuando los DJ’s se explayaran con el chill out, comienzo a despedir a mis invitados. Uno a uno, dedicándoles su tiempo, los despacho con un "hasta siempre". Al llegar hasta mi exjefe, que me aguarda sonriente pero cansado, le doy una palmadita en la espalda. Luego, sin más, le digo que el verdadero sentido de la vida no es pisar a los demás para llegar más alto, sino ser más generoso con los que no lo han sido contigo. Después, y tras desearle mucha suerte, mi secretaria me lleva en coche hasta el velero, en el pequeño puerto de Altea, rumbo hacia la isla donde me espera mi familia. Wendy, discreta, sonríe. Todo queda en orden, todo queda dicho. ¿Hay algo más satisfactorio que obrar honestamente?

Ésa sería mi dulce venganza. Así de sencilla, y así de cara. Puede que a algunos le parezca tibia, pero a mí se me antojaría antológica.

¡Ah! Por poco se me olvida. Respecto a lo de ser millonario y continuar trabajando … en mi caso no es posible: sufro de una enfermedad desde niño, la inertia laboris, que me imposibilita tomarme eso en serio. Aunque, eso sí: que cada cual haga lo que le de la gana. Para gustos, los colores.

1 comentario:

  1. lo siento tete pero creo k no llegaremos a ser millonarios. si ya é k soy un poco pesimista pero es la puta realidad. Ahora k si esto pasara...... k m espere la jefa k lo voy a celebrar con ella jajajaja

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