domingo, 10 de febrero de 2008

Noche de sábado en el Murri


Coincide que estoy a punto de acabar el libro de Xabier Moret, “El Bulli desde dentro”, y me hallo pasmosamente contagiado por ese lenguaje de aromas y sabores que nos desborda con términos tales como la deconstrucción o las texturas de alimentos.

Coincide que, por primera vez desde hace tres años, mi compañera y yo nos desprendimos de la prole y quisimos compartir una noche (¡por fin!) de intimidad y misterio.

Para tal ocasión, acudimos a Murri, al mismo restaurante que, en nuestra última salida , tuvimos a bien visitar. Es un local relativamente pequeño, decorado con un diseño sobrio e intimista, que invita a mirar a la cara a la pareja. Y a seducirla, por supuesto.

Pero mi intención no es hablar de asuntos, digamos, tan personales. Este comentario está, y debe estar, dedicado exclusivamente a Murri. A Gustavo (creo que se llama así) y a sus camareras, a su jefe de cocina y a sus colaboradores. Esencialmente, al comenzar la cena, todos ellos se distinguieron por su exquisito trato, por su amable asesoramiento, por su servicial elegancia al servirte el vino (Protos Roble 2004, un ribera joven y correcto, ideal para guisos con cerdo). El comienzo, espectacular: dos entradas, una fría y otra caliente (cuyos nombres, por lo trascendente de nuestra conversación y mi herida memoria me es imposible recordar). Los platos principales, magret de pato y secretos de cerdo, absolutamente gloriosos (yo comí los secretos, puesto que ya había probado en mi anterior visita el magret) y los postres sugerentes y espectaculares (no hay que marcharse sin probar el buñuelo de queso o el volcán de chocolate). En la carta, quedaron para otra ocasión la hamburguesa de solomillo de ciervo o el taco de atún rojo, que se nos antojaron absolutamente recomendables.

Puede deducirse, una vez leído todo esto, que no soy un sibarita. Ni siquiera podría a aspirar a ser calificado como gastrónomo mediocre. Me gusta, eso sí, pensar que sé disfrutar, con mis escasos recursos y conocimientos, de los placeres que nos brinda la vida. Y Murri, en la plaza de España de Sant Vicent del Raspeig, a partir de las nueve y media de la noche, sabe como suministrarlos. Si buscas comer sin saborear el bocado, relamiéndote en la sensación de que puedes pagar cualquier cosa que quieras pedir, ni te plantees visitarlo. Si ansías comer hasta hartarte, si gustas de juzgar sin despejar los prejuicios, el Murri no es lugar para ti. Pero si te complace que te agasajen y sorprendan, si quieres divertirte y emocionarte, si tu sensibilidad va más allá de lo que piensas que es lo común, acude corriendo. Lo pasarás en grande.

Un humilde consejo a Gustavo: prueba a realizar un menú - degustación, a la manera de Adriá. Arriesga para entrar en el Olimpo. Y consígueme, por favor, una copia de la carta. Es, cómo no, para enmarcarla. Mil gracias.

jueves, 7 de febrero de 2008

Guillermo Armengol Guillén

Seguramente, casi nadie lo conocerá. Probablemente, ninguno de lo que lean estas palabras sabrá quién es. Fue, y es, mi profesor. El maestro. Ése que marca tu destino, y casi has olvidado.

No quiero, con esto, menospreciar al resto de los mentores que se han cruzado por mi vida académica. Los odiados, a los que deseo eterna tortura en cavernosos avernos, no merecen mayor mención que la presente. Los buenos, que dejaron su impronta en mi menguada memoria, han de saber que me acompañarán hasta el final. Ahí están José Antonio, catedrático y descubridor, que abrió ante mis ojos los horizontes de los reinos de taifas de la España musulmana. Maria Eugenia, que conjuró los malos espíritus y logró que me aviniera con la trigonometría y los logaritmos enarbolando, además de una tiza, su lacerante sonrisa. Don Julián, ése que tuvo a bien alentar mis primeros dibujos haciendo que mi madre se sientiera orgullosa de su vástago. Y, naturalmente, Yolanda, la dulce Yolanda, la jovencísima sustituta que, con poco más de seis o siete años, me robó el corazón y se lo guardó para siempre en su inolvidable escote.

Mas, entre todos ellos, descolla Guillermo Armengol, hoy todavía director de mi antiguo colegio y, en mi juventud, nada menos que Don Guillermo, el melenudo y bigotudo maestro de Lengua y Literatura que, con paso poderoso y mirada indestructible, descubrió, ante los ojos de unos preadolescentes desmesuradamente atolondrados, los valores y principios que toda persona, por el solo hecho de serlo, debe ganarse y merecer. Por usted brindo, don Guillermo, con una copa de Ribera del Duero en mano. Descubrió en mí al escritor que puedo llegar a ser. Espero que, algún día, pueda cumplir sus designios.

lunes, 4 de febrero de 2008

Acerca de "La sombra del viento"


No tenía pensado entrar al trapo tan pronto. Me refiero al librito de Zafón. Ante todo, porque no quiero cultivar una imagen de alguien que dispara contra todo lo que goza de la aquiescencia de un gran sector del público. Pero, ya que mi amigo Kiz parece más que interesado en averiguar que es lo que tengo contra el autor de "La sombra del viento", pues hala, allá que voy.

En primer lugar, lo que siento hasta ese señor, afincado en L.A. desde los noventa, es envidia. Envidia por dedicarse a lo que le gusta, evidentemente. Y, por supuesto, envidia de que le vaya tan bien.

Dicho esto, y considerando que me obligué a leer la novela hace tres o cuatro años (ya no recuerdo), he de decir:

1º.- Que el título, además de ser un pomposo alarde de pretenciosidad, no me dice nada del otro mundo.

2º.- Que el argumento es ramplón, alarmantemente previsible y está repleto de tópicos y de elementos repetitivos.

3º.- Que los personajes son lineales, literariamente gastados y, por ello, predecibles.

4º.- Que, a estas alturas, es decepcionante topar con un cementerio de libros olvidados, con un personaje pretendidamente siniestro en plan fantasma de la opera y con un partenaire del héroe tan burdo (¿cómo se puede llamar a un personaje Fermín Romero de Torres"pintó-a-las-mujeres-morenas" que se nutre, esencialmente, de los chistes y gracietas que todo españolito que ronde los cuarenta tacos conoce de memorieta?).

5º.- Que el secreto de su éxito reside, amén de en su esencia folletinesca a medio camino entre el peor de los relatos del negro más negado de Alejandro Dumas padre y las historietas sesenteras de Los Cinco, en que un político que lee (o eso, al menos, aseguró él), alemán y europeista por más señas, le diera, desde su poltrona, el espaldarazo necesario para que el gran público, ávido de novedades, la reclamara para sí (mucho antes, la novela transitó de editorial en editorial, sin que ninguna se planteara publicarla).

Podrá acusárseme, al hacer estas valoraciones, de ser un ignorante, de actuar por pura envidia (que, repito, siento por varios motivos hacia Ruiz Zafón, aunque no por el hecho de haber escrito esta dichosa novela) o de ser el típico idiota que va contracorriente. Pues vale. Allá cada uno con sus pareceres. Sin embargo, me gustaría que el amigo Fiz siguiera mi consejo y se atreviera, por ejemplo, con "Filomeno a mi pesar", de Torrente - Ballester. Eso es una novela. Deliciosamente escrita, adecuadamente tramada, con unos personajes creíbles que crecen con la historia, en ocasiones divertida o desasosegante y, pese a todas esas virtudes, Premio Planeta 1988.

Por mi parte, nada más. Solo añadir, si es que cualquier admirador del catalano-californiano ha llegado a leer hasta aquí, que Zafón me parece un punto por encima de la Rowling (sí, ésa que hace mejunjes mágico-mitológicos para adolescentes), un punto por debajo de Dan Brown (otro al que le gusta mezclar churras con merinas, aunque a éste le va un público más crecidito y, eso sí, sabe como enganchar al lector) y muy, muy, muy por debajo, por ejemplo, de Noah Gordon (y mira que me ha decepcionado, aunque a éste si puedo perdonárselo, "La bodega").

En fin. Que no seré yo quién abra un nuevo libro de Zafón.