jueves, 28 de octubre de 2010

... Y otra de arena.



Mi retorno, muy esperado por el gran público (es coña, naturalmente), me ha pillado totalmente desprevenido. Me explico: hasta hoy, no me había planteado volver a dedicarle un solo golpe de tecla a este puñetero blog. Incluso sopesé en alguna ocasión la idea de cargármelo y ya está. Bastante tengo ya con agotar mis menguados recursos neuronales pretendiendo escribir una obra maestra que soy incapaz de manufacturar (de momento, Vargas Llosa ya ha me vencido en mi carrera hacia el Nobel) y, de paso, sostener esa chorrada malparida que puede visitarse en mi otro blog, andrewloverboobs.blogspot.com (entiéndase: tengo que recurrir a la autopromoción, pues no hay forma de que se lea, narices). Entonces, leí en la prensa (digital, claro) lo de la nueva novela del Millás. Y claro: el diablillo bigotudo que corroe mi alma de buen samaritano, ése que se subleva y me hace sentir (y escribir) cosas que nunca me atrevería a decir, clamó venganza y requirió de mis oscuros servicios. Y aquí lo tengo otra vez, colgado del lóbulo de mi oreja izquierda (como diría Asimov, que no Millás), aunque, contrariamente a lo esperado, me pida que alabe a alguien. Mira que soy raro, ya lo sé. Pero esto es lo que hay.

En esta ocasión, me gustaría hablar (y bien) de Mariscal. Javier Mariscal. En febrero cumplirá sesenta y un años, pero, al escucharlo, parece que tenga nueve. Es tremendo. Recomiendo encarecidamente que en una de esos sitios donde se recopilan videos (Youtube, por ejemplo) o audios (Ivoox, sin ir más lejos) os regocijeís con cualquiera de las entrevistas que ha sufrido (o, en alguna ocasión, disfrutado). Puede que el tipo sea un actor de primera, puede que tenga a todo el mundo engañado, pero a mi humilde persona, a este aprendiz de literatero, le complace escucharlo como si se tratara de un genio, de un mago visionario, de un ente abstracto que juega y se divierte con cosas que a mí me resultan intangibles. Mariscal sigue siendo la sombra del polémico Cobi, el mismo que compara un mueble con una puta de escaparate, ése que ha sido disléxico durante casi toda su vida sin saberlo y se muestra desgarradoramente humilde. Es un tipo de andar por casa, con zapatillas invisibles y balbuceos de tímido patológico. Es diseñador de habitaciones de hotel, está tan enamorado de Julia Otero como pueda estarlo yo y, si se le pregunta por la repercusión del conjunto de su obra en el mundo del arte y el diseño, es capaz de confesarte que su trabajo es una mierda. Y, a su modo, es verdad. Es pura mierda. Cree que los demás son mejores por el solo hecho de no ser él. Para mí, y para otros, sin embargo, su trabajo es asombroso. Podrá gustar o no. Pero no puede decirse que pase desapercibido.

Para regalaros alguna de sus ocurrencias, reproduzco (o reinterpreto) sus críticas al urbanismo acometido en Valencia, su ciudad natal, sin importarle que la concejala de turno, en un acto público, tratara de sofocar el incendio:

"A pesar de que la ciudad me parece chula y de que me encanta ver los edificios y la luz, están presentes las animaladas de Calatrava y una especie de caos absoluto y bestial que cada vez se parece más al desastre de Madrid".

"No me parece positivo cómo se planteó el Museo de las Ciencias y el cacharro de Calatrava, aunque hay gente a la que le parece que a Valencia le faltaban estas animaladas, porque así salía en el mapa".

"Ya casi no existe el paseo de Valencia al mar, puesto que no han dejado nada".

"Según los votos, aquí la gente está emocionada con estas políticas, con echar cemento y con hacer autopistas".

"Igual aquí Calatrava es el arquitecto más guay del mundo, pero en otros pueblos no"

Pues eso. Un chalado maravilloso. Eso sí: que evite pasar por Alicante. Le daría un patatús.

martes, 26 de octubre de 2010

Hombrecillos ...


“Imagina un doble tuyo de tamaño microscópico que hiciera realidad tus deseos más inconfesables.

La única novela capaz de hacerte ver el mundo desde perspectivas asombrosas”.

Ésta es la sinopsis, y la premisa, desde la que arranca la nueva novela del archipremiado Juan José Millás, “Lo que sé de los hombrecillos”.

Antes de continuar, y para ser inequívocamente sincero con el lector, he de confesar que no me ha interesado jamás ninguna de las producciones (me niego a llamarlas novelas, en estos tiempos mercantilistas) de Millás. Algún que otro artículo sí le he leído, pero poco más. Introduciendo aún más mi dedo índice (y el anular, el meñique y hasta el pulgar) en tal llaga, me atrevo a revelar que no se me ha ocurrido comprar, rentar, descargar ni mucho menos leer nada de lo que ha escrito este, en mi opinión, autor sobrevalorado por la crítica. Ya sé, ya sé; cuánto menos, mis prejuicios contra este hombre deben ser descomunales para lanzar una sentencia de tal calibre. Pues sí. Lo son. Quién esto escribe es tan imbécil como para tal cosa, nobody is perfect. Pero es que este tipo gangoso, colaborador habitual de El País o Cadena Ser, de un talante pretenciosamente enternecedor, me cae rematadamente mal. No lo aguanto, vaya. Pagaría lo que no tengo por no toparme, en un medio escrito, audiovisual o incluso rural, con su jeta de intelectualillo pseudofamosete.

En fin.

Hay personas que, no sé cuál será la razón, me caen mal. Supongo que como a todo al mundo. Yo mismo, y por buenas razones, debo resultar insoportable para un cierto grupo de allegados (o puede que para una multitud, la hipocresía tiene esas cosas). Al igual que ocurre con la gente que te cae mal, el admirado porque sí, sin lógica ni razón alguna, te agrada aún a sabiendas de que, por ejemplo, sea un completo (y manifestado) sinvergüenza. Empatizas y punto. Tal vez por puras circunstancias bioquímicas, como apunta Eduard Punset. Puede que haya aborrecido a Millás por su ideario exhibicionista, por la pretenciosa ecuanimidad de sus opiniones o, lo más probable, porque trabaja y cobra lo que quiere, o al menos no puede quejarse en uno y otro aspecto.

A esa sinergia negativa, por desgracia (no me gusto cuando tengo entre ceja y ceja a alguien, solo me faltaría eso), he de sumar el hecho de que haya parido su última criatura: él mismo, disfrazado de profe de la Uni, tiene a una (que digo una, decenas) de réplicas diminutas que, deduzco le hacen más agradable la vida. Un divertimento, vaya, más que literatura de ésa que tanto le agrada a los críticos, la de frases yuxtapuestas y verbo de enjundia, que aburre, en la intimidad, a ovejas y carneros. Sintomáticamente, me acordé del fenecido Asimov, y de su denostable, pese a entrañable, Azazel. Azazel, sí. El que da nombre a mi blog. El demonio minúsculo y travieso que se encargaba, ficticiamente, de complicarle la existencia al gran Isaac.

Y, con una maliciosa sonrisa (puede ser que no me disguste tanto prejuzgar de esta manera a la gente) no pude más que pensar: ya tengo otro motivo para no tragar al Millás. Al protegido de los dioses. Al pagado de sí mismo.