martes, 24 de enero de 2012

Una chorrada ...




Cortito y al pie.

Seguramente el pase es malo, pero es lo que hay.

Hace un par de meses, comencé una historia rara.

Y hoy mismo, la he continuado.

Si os pica la curiosidad, podeís visitarla en  http://www.mimundoenunpanuelo.blogspot.com

Y si no os gusta, debeís ignorarla (que es lo que está pidiendo a gritos).

Saludos.

sábado, 21 de enero de 2012

Trascendere


A menudo, desde que era un niño, uno sentía que encajaba con la idea imbuida de trascender. Trascendere, como diría el admirado Alessandro Baricco. La menuda inteligencia de uno, menguante y perezosa, poco rimaba con los versos matemáticos y las proclamas inspiradas en la tabla periódica de los elementos. Uno era más, confieso todavía con vergüenza, romántico. Uno, nefasto deportista, se quedaba hasta las tantas para visionar un combate entre los Celtics y los Lakers, veía más cine en blanco y negro (y subtitulado) del que era recomendable para un adolescente y había dejado tras una tenue estela, como ávido lector, a Verne y a Salgari, a Tintín, a Asterix y a El Club de los Cinco. Uno admiraba al arrogante Odiseo y soñaba con emular sus aventuras, sabedor de que iba a aguardarle una Penélope incomprensiblemente paciente. Y es que uno, aunque de escasas entendederas, siempre ha sido un soñador.

Atrás, entre alborotos y silencios, quedaron Serrat, Nacho Solozábal, El Último de la Fila y la discoteca Paradiso. Aquel muchacho larguirucho, aquel uno que esperaba ser un dos, olvidó que deseaba escribir, que anhelaba engendrar una obra maestra y, como tantos que estuvieron, están o estarán, pensó que su día llegaría, que la musa (con una sola le hubiera bastado) le señalaría con su divino índice y demostraría cuán alto puede alzarse el brazo de un genio entre la muchedumbre. 

El genio, y uno sonríe al engullir tal palabra, no es tal. Claro que no. Uno, que ya es un uno como los demás, esta más cerca del cero que del dos. Uno, que va envejeciendo a pasos agigantados, ha simplificado sus sueños al mínimo común divisor, y contempla, entre orgulloso y tembloroso, cómo sus vástagos apuntan hacia un futuro siempre incierto. Uno sabe, por supuesto, que no escribirá jamás nada que a nadie interese. Uno sabe que morirá siendo un haragán incompetente, que sus proyectos no llegarán a ser reales y que, además, tampoco serviría de nada que arribaran a serlo. Y uno está muy contento de haber asumido todo eso. Imagínese el lector hasta que punto uno es tonto.

¿Y por qué a uno le apasionan los cochecitos eléctricos? Si todo lo que uno ha contado no ha servido para contestar tal pregunta es que uno, claro, es aún peor escritor de lo que manifiesta ser.

PD.- La fotografía la he tomado (sin permiso, ejem) del blog de Manuel González García (http://mgongarcia.blogspot.com). Para compensarle apunto el enlace, pues merece la pena visitarlo.



viernes, 13 de enero de 2012

Quantum Levitation

No sé si estos coches funcionan realmente con nitrógeno líquido (algún japo habrá sacado la idea de un recetario de Ferrán Adriá, seguramente). Ignoro, también, si esta pista es realmente real o tan solo nos encontramos ante una magnífica recreación por ordenador. Pero el caso es que me ha impactado el Wipe' Out Track:


¿Qué será de nuestros clásicas escobillas y del monótono rodamiento sobre la pista de plástico?

martes, 10 de enero de 2012

Lo prometido es deuda ...

Perdón por la brevedad, pero ahí van mis más recientes adquisiciones (Papá Noel mediante):



Mi precioso y esperado Cheetah de MRRC y, ¡oh, sorpresa!:



¡El Seat 850 coupé que, mire usted por donde, tanto me gustaba!

Prometo, en un futuro próximo, colgar mejores fotografías de toda mi colección (no creaís que es tengo muchos de estos cacharrines, pero me hace ilusión enseñarlos, je, je).

Pistas de slot espectaculares


Es bien cierto que mi buen amigo Iberslot ha creado lo que, para mí y para mucha gente, es una de las pistas de slot más hermosas que uno pueda desear:




Es una verdadera delicia:



Sin embargo, no puedo más que quedar boquiabierto ante esta maravilla:



Bella Italia !!!

domingo, 8 de enero de 2012

Duendes



Hace bien poco leí un titular de la prensa digital que venía a decir que, a partir de los cuarenta y cinco años, el cerebro inicia la fase de degeneración, por lo que sus prestaciones y rendimiento van menguando periódicamente.

Yo aún no tengo cuarenta y cinco. De hecho, no recuerdo cuantos cumplo este año. A ver: nací en el sesenta y nueve, tres meses antes de que se produjera (o no) el supuesto alunizaje del Apolo XI. Cuarenta y tres tacos, claro. Vaya por God. Pues ya digo; presento síntomas más que evidentes de que mi cerebro, ya deficiente en su fabricación, va a la deriva en pos de un mañana sin recuerdos. Son incontables las ocasiones en las que me he vuelto loco pretendiendo localizar alguna cosa que, en un pasado inmediato, ha pasado por mis manos: unas llaves, un libro, un documento e, incluso, hasta un coche. Escala 1:1, aclaro. La sensación de angustia que me produce, de desamparo ante tan repentinas pérdidas de memoria, a menudo se compensa con el encuentro casual del objeto extraviado.

Me consuela pensar, por lo que escucho y observo, que no soy el único espécimen humano afectado por tal mal a tan temprana (ejem) edad. Pero claro: uno, inevitable y estúpidamente, tiende a tenerse por el ónfalo del mundo.

Más grave si cabe, por las repercusiones que puede cobrar, es olvidar lo que uno ha contado o dicho y/o al sujeto que lo ha escuchado. Decía el inefable actor Roger Moore (sí, aquel James Bond caracartón que asemejaba ser incapaz de doblar una servilleta y sonreír al mismo tiempo) que odiaba conceder entrevistas, porque era incapaz de recordar las mentiras que había contado en la última. Algo así me ocurre a mí. Que no se me malinterprete: no soy un mentiroso (no siempre, al menos), pero tengo querencia por la (mala) literatura y me agrada modificar las circunstancias de un suceso para hacerlo más, cómo decirlo, sugestivo. Me adapto, diríase, a lo que el público (¡mi público!) espera de mí. El problema es que, en casi todas las ocasiones, por mi menguante y traviesa memoria, se me ve el plumero. Y, claro, hay quién no me lo perdona y me propina un tomatazo.

¿Por qué cuento todo esto? Creo que porque me he pasado media tarde buscando algo que no he encontrado. He revuelto la casa, he mirado en los rincones y nada, no hay remedio. Así que, para someter la ansiedad, me ha dado por escribir esta chorrada. Y me he acordado, mira tú por donde, de los duendes de los que hablaba mi madre. Supongo que alguien (puede que incluso mi madre) os habrá contado de su inexistencia: serían unos seres fantásticos que, para hacer rabiar a los humanos, se dedican a esconderles cosas cuando más las necesitan. Un oficio interesante, sin duda. Y con un enorme futuro. También hay quién habla de un supuesto demonio, al que hay que (cito literalmente) atarle los cojones para que devuelva lo que ha ocultado, lo que se traduce en tomar un pañuelo y hacer un nudo con una de sus esquinas. Atavismos que, irremediablemente y desde que el ser humano es tal, han minado los rincones más oscuros de nuestros cerebros. Hace bien poco alguien presuntamente cuerdo (y que, naturalmente, ahora mismo no alcanzo a identificar) me contaba que, durante años y cada noche, se tendía en la cama totalmente recta, pues era la única posición en la que lograba conciliar el sueño. Otros, tras inducirlos levemente, confiesan que utilizan prendas que atraen la improbable fortuna, o que tocan madera cuando un mal pensamiento atraviesa fugazmente su presente. Todos, o casi todos, hemos creído (o creemos) en lo inexistente. Así que le echaré a los duendes la culpa y me engañaré con la idea de que aún soy demasiado joven para tener lagunas (¿o son océanos?) de memoria.