viernes, 26 de octubre de 2012

Stymie y Saṃsāra

Cerdán de Taboada y Lustrillo ignoraba que era, o se suponía que pretendía ser, la reencarnación. Mucho menos, claro está, qué carajo era el samsara. Cerdán, único vástago del último eslabón de una respetable estirpe de juristas gallegos, no era un tipo cultivado, ni curioso, ni mucho menos ingenioso. Él, perfecto petimetre, bravucón estirado de bigotillo atildado, odiaba leer tanto como mantener una conversación interesante. Despreciaba los menesteres del cavilar tanto como la memoria de su fenecido padre, reputado  aunque arruinado penalista, por lo que de buena gana hubiera mandado prender fuego a los dos mil volúmenes que conformaban la única herencia que éste le dejó de no ser porque su tía y hermana del fallecido, viuda de un indiano pontevedrés de gran fortuna, le hubiera despojado ipso facto de toda posibilidad de heredarla. Cerdán desempeñaba, con mínima inteligencia, el perfecto papel del amantísimo sobrino que toda anciana sin hijos adora, y malgastaba la asignación semanal que de ella recibía como si el mundo, ay, fuera a acabarse en ese mismo año 1906. 

Era lunes, aquella mañana de septiembre. Cerdán portaba una elegante chaqueta Norfolk, pantalones bombachos y una invitación de su amigo Francisco Goñi, fotógrafo y retratista a sueldo de S.A.R. Alfonso XIII, para acompañar al jovencísimo monarca a practicar una excentricidad que los británicos llamaban golf. Ni qué decir tiene que Cerdán nada sabía de tal juego. Tampoco conocía de antes al rey. El fotógrafo pasaría a recogerlo en la Plaza de Cibeles con un carruaje automóvil que le habían prestado. A las diez en punto. Presumir de montar en un coche motorizado y, además, disfrutar de la compañía del Rey de España eran cosas, pensó Cerdán, que harían de aquel lunes un día memorable.

Sucedió muy rápido. Cerdán de Taboada y Lustrillo cayó fulminado en el centro de la calle Alcalá. Los transeúntes, al verlo, se le acercaron. Las ruedas de las calesas y las carretas, y las pezuñas de las bestias y de los peatones iban y venían en su derrededor. Pero Cerdán ya no las veía. Lo que sí contemplaba era la cara iluminada de Pauline Chase  al representar por vez primera Peter Pan, aún cuando él jamás había estado en Londres. Luego descubrió la hermosa boca de la princesa Nausicaa, la de ojos y pelo negros, que venía a lavar su ajuar al río. Y al buscar el reflejo de sus morenos senos en las aguas, al pretender prender su lujuría, fluyeron peces, corrientes y vidas, y Cerdán olvidó su nombre, su condición y su obra, y volvió a sumergirse en lo más profundo del samsara.

El rey Alfonso, tras conocer la noticia del óbito, jugó al golf al mediodía, tal como había previsto. Sucedió en un green improvisado, en tierras del Duque de Alba. Al final del juego, la bola del afligido Francisco Goñi estaba en línea con el hoyo anteponiéndose con una ventaja de un palmo a la del monarca. Como le correspondía a éste lanzar, tuvo la maldad de deducir que, aún tratando de sortearla, acabaría por empujar la bola del rival hasta el hoyo. Así que, ni corto ni perezoso, maldijo la regla del stymie y lanzó la bola de Goñi a los matorrales.  

-¡Es lo bueno de ser rey! - dejó caer socarrón.

Mas cuando, mucho tiempo después, llegó su muerte, no pudo hacer hacer lo mismo con el samsara.

jueves, 13 de septiembre de 2012

José Luis Cremades Davó


Ayer te fuiste, estimado José Luis.

Y te debo, me debo, unas palabras.

Solo fuimos compañeros lejanos de trabajo y, en ocasiones muy contadas, cómplices deportivos. Un tipo agradable, pensé la primera vez que hablé contigo. Y eso, en un jefe, era (y es) cosa insólita. En el ascensor, de buena mañana, sonreías ante cualquier ocurrencia por banal que fuera y, al coincidir en la salida, a las tres de la tarde, hinchabas tu panza de Buda feliz y dejabas brillar los ojos de crío travieso. Eras, doy fe, un tipo enorme. Una voz inconfundible. Una presencia positiva. Gracias, mil gracias, por todo ello.

Dice Xavier Sardá que cuando alguien se te muere, empiezas a llevar su maleta. Según este señor, esa maleta, día a día, va pesando menos. Pero nunca, hasta tu propia muerte, podrás soltarla.

Hay muchos que llevaran tu maleta, querido José Luis. Gente más próxima a ti, familiares y amigos. De eso estoy más que seguro. Yo, con permiso de tus compañeros de banco fijo, me quedaré con tu remo, compañero. Buena travesía, Cremades. Que los vientos te sean favorables.


lunes, 23 de julio de 2012

Coches que tuve y no olvido ... (4)

Hacía tiempo que no pasaba por aquí.

Aunque sea imposible, suplico que se me entienda: tanto recorte, tanta miseria invocada, tanto encorbatado con seguro médico y podadora, hacen que mi ánimo mengüe. Soy de espíritu depresible, sí. Aunque también bárbaro e irascible. Advierto.

Hoy me toca hablaros de un coche que tampoco fue de mi propiedad, pero que conduje durante toda una semana. Cuando acababa el siglo XX, my wife and me viajamos a la maravillosa isla de Lanzarote, en las Canarias. Al anunciar que ya teníamos los billetes de avión, hubo quién nos advirtió de su particular orografía y de la monotoneidad de su paisaje. Intentaron vendernos Tenerife, que no dudo debe ser maravillosa. Pero no. Soy testarudo, como un borrico alpujarreño. Y quería visitar la isla donde habita mi admirado Alberto Vázquez Figueroa, el lugar en el que aún se lucha por acotar el ansía de poder de publicistas y hoteleros, donde César Manrique escribió su terco legado en beneficio de todos,  lanzaroteños y forasteros: la isla del viento, la ínsula que, merced a una reciente erupción volcánica, no es tan chica como lo fue antaño. La lava, negra y fría, está presente allá donde mires: en sus casas blanquísimas de ventanas y puertas verdes, en los campos de ébano donde crecen las indómitas vides de uva blanca, la malvasía, o en sus grutas, recovecos y acantilados, tan hermosos como ajenos al mundo que estamos acostumbrados a contemplar en la península. En las entrañas de Timanfaya, sometida pero amenazadora, arde aún la lava roja, esperando su turno. Es un lugar primigenio, fértil y voraz, cruel y arrebatador. Una maravilla.


El coche que alquilamos era un Renault Twingo rojo, con un novedoso (al menos, para nosotros) techo corredizo. Recuerdo con gran cariño las vueltas que le dimos por la isla, lo estupendo que era tener el cielo, de día o de noche, abierto sobre nuestras cabezas. Recuerdo, o acaso ahora invento, lo jóvenes que nos hizo sentir a pesar de que íbamos disparados hacia los treinta años. El tiempo, ay, pasa raudo y hambriento, como la lava bajo la plataforma continental africana. Se llevará crisis, primas de riesgo y rescates financieros, pero el recuerdo de aquel Twingo, tan innovador como feo, no habrá manera de borrarlo.





martes, 12 de junio de 2012

La estrella del verano

En el inicio del verano de 2009 me enamoré del anuncio televisivo de Estrella Damm alumbrado al  calor del eslogan Mediterráneamente. No fui el único, desde luego (sin ir más lejos, busquen en Youtube la parodia que José Mota hizo de él). Aquel spot, simple y resultón, lo tenía todo: un lugar idílico (la isla balear de Formentera), unas vacaciones perfectas con chicas pluscuamperfectas, algún que otro toque de humor a lo Billy Wilder y, por supuesto, un Citroën Mehari naranja. La banda sonora la ponía el grupo sueco Billie The Vision & The Dancers. Un hito de la historia de la publicidad de este país, estimo.


Me entusiasmó. Y aún lo hace. Sé que soy un ingenuo, embaucado por los mercachifles del marketing del buen rollo, pero me da igual: cada vez que lo veo me dan ganas de vivir intensamente (adverbio que, por supuesto, precisa de una pasta gansa para hacerse cierto). Además, el anuncio es de cerveza, bebida que estimo e idolatro. E, insisto, se recrea en un escenario idílico (aquel del "nací en el Mediterráneo" que aún canta Serrat).

Para mi sorpresa los anuncios volvieron, puntualmente, los siguientes veranos. ¿Serían capaces de superar al primero?

En 2010, el anuncio se filmó en Menorca. Impresionante. La música la ponían The Triangles, el guión giraba entorno a otra chica que se resiste (ésta, si cabe, con más mala llet que la primera) y a otro tímido de los coj ... (¿a quién me recordará, semejante capullo?). En esta ocasión, el medio de transporte era una vieja embarcación. Y todo sucede bajo el embrujo de la nit de Sant Joan. Más Mediterráneo, ay, imposible.


Pasó la primavera de 2011. Y mis expectativas, superadas. Dirigido por Isabel Coixet (¡qué grima me da esa pájara!), llegó el spot filmado en la Costa Brava, concretamente en Cala Montjoi. Otra historia de amor entre chico que no se atreve, canción pegadiza por medio, y chica que marca los pasos del aspirante. Pero, esta vez, ambos aprendices en la cocina de Ferrán Adriá en el ya desaparecido ElBulli. Previsible. Casi de primer curso de Publicidad. Y, sin embargo, ay dichoso Mare Nostrum, más que brillante.


Y este año, el apocalíptico 2012, Estrella Damm no ha querido dejar a un lado lo que, a propósito o por casualidad, ya se ha convertido en una tradición. En esta ocasión, se ha elegido la Serra de Tramuntana, en Mallorca. Y otra historia calcada a las anteriores, con caras diferentes, con escenarios parecidos, y con idéntico mensaje. La música la pone el grupo Lacrosse. Y, como novedad humorística, irrumpe la figura del suegro. Para guardarlo en Favoritos y whatasppearlo a los amigos.


¿A estos de la birra catalana no les apetecerá rodar en Alicante el próximo verano? La Granadella, en Jávea, o Cap Blanch, en Altea, pintarían increíbles.



sábado, 9 de junio de 2012

Estas son las mañanitas ...




Hay mañanas que me levanto con el piloto automático puesto; apago el despertador del móvil, evacúo (perdón por el torpe eufemismo, pero la realidad es lo que tiene), me afeito, me ducho, me visto y, tras besar (por riguroso orden y sin corresponderme, pues continúan sobando) a mi hijo, a mi hija y a mi mujer, me descubro en la calle como si yo no hubiese sido protagonista de las citadas acciones, caminando tal que recién salido de la cama, en pos de mi particular universo laboral.

Hay mañanas, también, que no ingiero nada sólido hasta las nueve y media o diez. Si acaso solo líquido, una infusión o un sorbo de agua. Desde siempre me ha agradado, y hago constar que mis gustos son anteriores a los demostrados por nuestro estimado Mariano De La Tijera y Rajoy, la utopía de vivir por y para la austeridad, instalarme en el sueño perdido de la frugalidad, sentirme por encima de deseos tan salvajes como el apetito o el consumismo. "Hoy ayuno", me digo en tales días, como si me hubiera transmutado en asceta o en un preso abocado a la huelga de hambre. Pero ese castillo, tan flamante e inexpugnable, se desvanece nada más plantarme sobre la barra del bar (a la que suelo llegar, también, sin ser consciente de mis pasos), frente al jugoso bocata de tortilla con cebolla y jamón ibérico que me sirve (cruelmente, por qué no decirlo) el camarero. 

Hay mañanas, claro, que me despierto y, mire usted por donde, no tengo la obligación de trabajar. Te alegras (sin jefes ni compañeros, el panorama es idílico), dibujas una sonrisita estúpida, imaginas planes y, por supuesto, los propones. Los tuyos, sin dejarte acabar, desestiman tus proyectos (cuando no se apropian de ellos, variándolos en aquello que más te disgusta) y acabas dejándote abordar por una llamada inoportuna que nunca hubieras deseado que se produjera (concretamente, formulada por algún miembro del triunvirato suegra-cuñado-amigo pesado) y que, irremediablemente te conduce a dedicar el resto de la jornada a hacer algo que tú nunca hubieras esperado hacer.

Hay mañanas, como todos, que me levanto juguetón. Si el lector pasa de los cuarenta, como un servidor, sabe que, a diferencia de lo que ocurría antes, ello ocurre con rara frecuencia. Cuando pasa, te insinúas a aquella a la que debes amor y respeto (abstenerse de terceras, a menos que concurra sincera conciliación familiar) pero generalmente no se haya disponible (prisas, bostezos y más prisas ...). Tampoco es plan de jugar uno solito, por lo patético de la escena más que nada, así que devienes tu alborozo en pos de lo visual (ahí queda eso, Javier Marías) y sales a la calle (si es un día de verano caluroso, mejor que mejor) y distraes la mirada un poquito, que soñar es bien barato. Y con un poco de suerte, sobre todo si también es laboral, la alegría se te pasa en nada.

Hay mañanas, cagoenlamar, que te levantas de mala leche. Son días que saltas a la mínima, que rondas tus incisivos con la lengua y los notas más puntiagudos, que gruñes en lugar de hablar a cualquiera que te mire mal. Esas, las malas mañanas, son mis preferidas. Son mañanas que te reconcilian con este mundo egoísta y miserable, que te hacen escupir la mala sangre que te bulle en vena. Desgraciadamente, mi suegra nunca llama esos días para implorar que pasemos el día en su casa. Tiene un sexto sentido, la muy lagarta.

sábado, 2 de junio de 2012

Life in Greeceland



Me contaban hace nada, unas pocas semanas, que la situación en Atenas es caótica. Decadente. Tan ruinosa como la mismísima Acrópolis. 

- Es un desastre. ¡La gente circula sin respetar las señales, como locos, aparcando entre los soportales de las avenidas! Todo está sucio, y la burocracia, para qué contarte ... un puñetero desastre.

No pude menos que sonreír.

- ¿Todavía toman las curvas invadiendo el sentido contrario?

Mi amiga, doctora en biología y congresista para la ocasión por más señas, asintió escandalizada.

- ¡Un desastre, Antonio! ¡No me extraña que les vaya tan mal! Aquello es la jungla.

A mi amiga no le falta razón, no. Atenas es un caos. En estos tiempos de salvajes recortes y capitales furtivos, cuando Europa se plantea invitar a la Hélade a que abandone su moneda y ajusticie a sus rebeldes, que exigen bienestar y futuro, visitar la ciudad de Pericles debe ser toda una experiencia. O no. 

Mi primera y única visita a Atenas la hice en julio de 1996. Hace casi dieciséis años. Y Atenas, la Atenas que aún añoro, era fea y guarra. A rabiar, lo juro. Putas y albaneses, coches y humo. El cochambroso metro de la ciudad (que la Olimpiada, al parecer, ya jubiló), las calles sucias y descuidadas, los apóstoles del fútbol y la pornografía en los quioscos. Todo eso, lo se, ya estaba ahí. Ya estaba el haragán, que vivía pensionado por el Estado. Ya existía el funcionario que abusaba de su posición para estafar a su conciudadano. Ya vivían los artistas del engaño, la picaresca y la usura, encabezados por los hoteles, que intentaban darte menos dracmas por dólar de los que te cambiaban en cualquier banco. 

El arte de sobrevivir, la suerte del engaño y el trapicheo forman parte de la conciencia griega, y es cosa que no debiera extrañarnos. Los helenos han sido ocupados, invadidos, maltratados de muchas formas y maneras. Y no una, sino muchas veces. No es aquella tierra lugar con grandes recursos naturales. No han sido bendecidos con petróleo, ni con fértiles tierras, ni con grandes yacimientos minerales. Han sido, sin embargo, maldecidos con un clima benigno, con un calor abrasador, con unas islas paradisíacas que conducen a la holgazanería, la autocomplacencia y, claro que sí, cierta acepción lujuriosa del placer. Su riqueza proviene del mar, que proporciona un excelente pescado, un azul indescriptible, un horizonte tan hermoso que provoca que los hedonistas ansíen cruzarlo en su yate. Llévense a cualquier ingeniero alemán a fabricar motores a Grecia. Instalen a una bioquímica sueca, o a un legislador británico, en la vorágine de Atenas, en la vitalidad de Salónica o en la plácidez de Nauplia ... y ya verán.

Si Grecia está en quiebra es porque Europa la ha llevado de la mano hasta ella. Si España está cerca de verse como ella, o Italia, o incluso Francia o la mismísima Alemania, es porque Europa, ese falso concepto tan alejado de la realidad como una excelsa entidad bancaria de un parado de larga duración, no existe. No existe, no. Lo afirmo yo, que no soy nadie. Europa solo fue el nombre de una mujer mortal seducida (o violada, que en la Grecia clásica debía tenerse por lo mismo) por el mitológico Zeus Olímpico transformado en toro. A nosotros, los inexistentes europeos, nos raptan, deshonran y mancillan los misteriosos mercados financieros, venidos de las sombras, comprados por los que no saben perder, los sabuesos del capital. 

Dicen que Zeus, tras violar a Europa, tuvo tres hijos: Minos, tirano de Creta y padre a su vez del horroroso Minotauro. Radamantis, juez de los condenados al Infierno de Dante. Y también un tal Sarpedón, del que no tengo referencias. Los bonos basura, la banca acreedora y la recapitalización de fondos públicos son los nuevos hijos de la asociación de países (remedo de comunidad de bienes, si me apuran) a la que llamamos Europa y los tres, de la manita, nos llevan de vuelta al feudalismo. Y si no me creen, al tiempo ...

jueves, 17 de mayo de 2012

Vaya racha ...

Sin palabras. Solo que existió un tiempo en que ella, Whitney, Earth Wind & Fire y MJ, lo llenaron todo de ritmo. Todo. Descansa en un verano sin fin, Donna.




miércoles, 16 de mayo de 2012

Perdóneme la ignorancia, Carlos Fuentes



Sí. Discúlpela. Soy un ser trastabillado y mentecato que no ha leído ni una sola de sus obras. Si la fortuna me hubiera parido mexicano y, además, me hubiera postulado como candidato a presidente de su nación (o incluso de su comunidad de vecinos) tal vez tendría que haberse visto en la obligación de declamar públicamente acerca de mi incultura. Y no se lo podría recriminar, caballero. De ninguna manera.

He leído un par de entrevistas que usted concedió a algún medio español. Son sus únicas palabras que conozco, se lo aseguro. Y, en este mojón del camino, estimo que ya es tarde para que mi intelecto beba en las fuentes de Fuentes. La supuesta gracia de la frase anterior deja bien a las claras el porqué: no tengo un espíritu elevado, ni tan solo gracioso. Más bien, debiera calificarlo como soez y previsible. No soy, y conste que lo confieso sin saña, persona de grandes ideas, tampoco tenaz o lúcido, y temo que ni siquiera resulto coherente. Mi sed, que no es sed como la que pudo sentir usted, don Carlos, se aplaca con torpes ficciones, con culturilla de andar por casa, con estas mamarrachadas que aquí escribo y por allá sigo. No he leído a Cortázar, ni a Faulkner, tampoco a Vargas Llosa o a Joyce. Mi embrutecida alma se conforma con la línea clara de Vittorio Giardino, la simplicidad orientalista de Hermann Hesse y la divagancia musical de Manolo García. Soy un claro ejemplo de la decadencia intelectual de Occidente, lo sé. Prejuzgo, me temo, a Madame Cultura como una simple concubina al servicio de mi lujuriosa ociosidad. Creo que a usted, como a su amigo el citado nobel peruano, tal aserción defendida por semejante bellaco podría haberle provocado un gesto de ira. O una carcajada de pánico. Y tampoco se lo podría recriminar, señor. De ninguna manera.

Llegado a este punto sin retorno, he de confesar que su deceso, anunciado a bombo y platillo en los medios digitales, ha hecho mella en mi ánimo. Ignoro, eso sí, si dicha huella me empujará a buscar sus obras y devorarlas (me temo que en mi lista de propósitos que nunca realizaré les anteceden las de Robert Graves o las de Coetzee). Pero sé que el mundo, el mundo que yo percibo y digo conocer, le extrañará en exceso. En cada época o edad, hay pocos espejos en los que reflejarse. Modelos de conducta, personas que inspiran a la masa que lo observa.Y usted, don Carlos, más que escritor era lector. Un lector de todo y de todos. Un tipo voraz, curioso e insatisfecho. Y eso es algo extraño, fascinante e ilógico en este tiempo de petulantes y necios, ególatras y ciegos al que el resto pertenecemos. 

Mis respetos, caballero. Espero, por su bien y el de los que aquí quedamos, que no descanse; que siga escribiendo allá donde haya ido a parar, que continúe leyendo.


lunes, 14 de mayo de 2012

Coches que tuve y no olvido ... (3)

El siguiente coche tras el R-7 no era mío ... aunque era casi de mi propiedad. Ya sé que empiezo a parecer al abuelo Cebolleta (by Vázquez, por supuesto) pero he de remontarme a la mili. A mi servicio militar. Lo hice algo tarde (a los veintidós o veintitres), en Marines (un pueblecito valenciano del que jamás había oído hablar) y me mantuvo "ocupado" durante nueve largos meses (creo recordar que mi reemplazo fue el segundo que cumplía menos de un año).

Mi comienzo fue catastrófico. El sargento primero Lerín (con tal apellido, no podía más que ser un tipo entrañable) seleccionó a los conductores de mi grupo, es decir, a los que harían el cursillo de camiones. La prueba, muy básica, consistía en conducir por la base un vehículo militar (no recuerdo qué marca y modelo era). Como yo, de por sí, siempre he sido bastante nervioso (y los pedales de embrague y de freno, enormes y cuadrados, me parecían un solo pedal) no pude más que frenar cuando quería meter tercera y rascar la marcha cuando pensaba parar. Aquel buen hombre no me dijo nada (con la mirada ya lo había dicho todo) y, claro, me quedé sin el puñetero cursillo.

No me fastidió porque me lo hubiera planteado como meta. Lo hizo porque, y aquella ocasión no fue una excepción, tengo el don de defraudar a los demás (y a mí mismo, claro) en los momentos cruciales. El caso es que quedé relegado a la oficina, donde mis dotes para tramitar, gestionar y no levantar la vista del PC fueron convenientemente valorados. No lo pasé mal, no. El sargento primero que me tocó, un tipo adscrito a Transmisiones con gafas de culo de vaso y una locuacidad cultivada en la bronca y el alarido, se reveló como una jefe competente y una gran persona (rara avis, por cierto). Gracias a él, rebautizado como Mortadelo, me gané algunos de esos galones que no se ven pero que todo el mundo sabe que tienes y, poco a poco, me fui olvidando del parque móvil. Solo veía algún vehículo militar cuando me tocaba guardia (solo hice tres, y dos fueron de conductor, con una vieja Dodge de la segunda guerra mundial que algún general lumbreras compraría a precio de saldo a los americanos) y cuando íbamos de maniobras (algo que se hacía en mi unidad bastante a menudo). Un buen día, en los preparativos de unos ejercicios que íbamos a realizar en Ciudad Real junto al ejército alemán, mi humilde persona (que, además de oficinista y distribuidor de servicios, era operador de AN/TRC-145, una unidad de radio táctica de gran capacidad) fui nominado por el entrañable Lerín (colerín, colerado, este cuento se ha acabado) para llevar uno de los vehículos del convoy. Y me asignaron hasta licenciarme un enorme Land Rover verde oliva, de esos que tanto había admirado en mi infancia, ruidoso, despampanante y recién salido del taller de chapa y pintura. Aún recuerdo adentrarme con él por caminos imposibles (bendita reductora) y, cómo no, el acojanado gesto del sargento Bascuñana, el bigotes que a mi lado, agarrado al sillón hasta con los dientes, maldecía mi estampa cada vez que me lanzaba por aquellas pistas. 

Creo que era un Land Rover Santana 109. Parecido a éste:



En ésta no está tan favorecido:


Seguro que todavía está en algún garaje de la base militar de Marines. Seguro que todavía hay alguien que, cuando va por allí, lo mira y piensa que allí, olvidado entre polvo y herrumbre, aún merece que le reparen la transmisión y le den una manita de pintura. Seguro que aquel mastodonte de hierro se llevó algunos de los mejores momentos que he vivido con un volante en las manos. Y seguro que Lerín, que por entonces tendría la edad que tengo yo ahora, ya está jubilado. ¡Bien corto es el camino, maldita sea!



miércoles, 9 de mayo de 2012

Excepcional

Como excepcional, según la doctrina, entendemos aquello que constituye excepción de la regla común, lo que se aparta de lo ordinario, o que rara vez acontece. Excepcional suele llamarse, por ejemplo, a una película que se haya saltado todos los cánones y reglas cinematográficos hasta ese momento utilizados para dibujarnos o contarnos una historia de manera veraz y, por supuesto, conmovedora. También se tilda de tal manera a un libro, o a un poema, o incluso al retrato inacabado (y por escasas personas observado) de la familia Borbón. Excepcionales se afirma que son las austeras medidas aprobadas por los gobiernos europeos pretendiendo suavizar su impacto (aunque, a la vista está, se hayan ya transmutado en todo lo contrario, frecuentes). Excepcional puede ser un deportista, capaz de asumir el peso de un grupo, de una nación e incluso de una pasión, y excepcional, claro está, logra ser una idea nueva, o una antigua olvidada, que intenta, y a veces logra, cambiar algo que creíamos inamovible.

Lo excepcional, parece, tiene en nuestro lenguaje, en nuestro sentir y entender, una acepción positiva. Más claro: si digo que esa joven es excepcional, parece que quiero expresar necesariamente que me encuentro ante una muchacha virtuosa, inteligente o hermosa. Al procurar atenerme al significado estricto de la palabra, puedo estar asegurando, sin embargo, que la chica es horrorosa, que es denodadamente idiota o, tal vez, que es propietaria de un carácter tan irritante que, aunque mi vida pudiera prolongarse indefinidamente, jamás me encontraría con nadie que pudiera parecerme tan insoportable.


Esta plomiza (pido mil disculpas, please) digresión viene causada por la interesada y malintencionada capacidad que cada uno de nosotros, y especialmente un servidor (ruego perdón por mi egocentrismo, pero soy la persona que más he llegado a conocer) tiene para refugiarse en la ambigüedad del lenguaje. Yo, criminal y bárbaro, utilizo la palabra grueso cuando observo que alguien está gordo, califico de normal aquello que asumo como detestable, y presumo de prudente cuando sé que me comporto como un cobarde. Soy (e intuyo que no soy el único) esclavo de las palabras. Y en este punto, quiero ser lo más claro posible y así asegurar que los actuales concursos televisivos, tan escasos en los años de bonanza económica, ya no son excepcionales. No, no. No es que antes de la crisis fueran buenos; en los buenos tiempos, eran pocos. Ahora todas las cadenas emiten montooooones de concursos, como si todas ellas se hubiesen conjurado para que el ciudadano medio, ése que está en paro y no sabe cuando lo van a desahuciar, olvidara momentáneamente sus problemas y se convierta en un autómata que sueña con un abrazo de la Diosa Fortuna. Cuando contemplo al histrión Arturo Valls rodeado de concursantes que, por errar en sus respuestas, caen peligrosamente al vacío (alguna demanda por lesiones  le caerá a la productora del programa, ya verán) o, peor aún, cuando me doy de bruces con la irritante teatralidad de la cadavérica Raquel Sánchez Silva que trata a su idolatrado Cubo (perdón por la mayúscula) como si de un ente inteligente se tratara, uno no puede más que aceptar que la temida estulticia que nos caracteriza nos conduce directos al Apocalipsis. Que Chicho Ibáñez Serrador nos pille confesados.


lunes, 23 de abril de 2012

Coches que tuve y no olvido ... (2)

Aquí estoy de nuevo.

El siguiente coche, mi segundo utilitario, me duró algo más que el 600.

Debí tenerlo un par de años, al menos.

Se trataba del espantoso y desquiciante ... Renault 7 TL. 


Tampoco, como en el caso del Seat, la fotografía es del original. Y también, como la albondiguilla, era blanco (como casi todos los coches, por cierto, que he tenido).

¿Qué os puedo decir de éste?

1º.- Ahora mismo he recordado que este fue el coche que mi padre vendió durante mi servicio militar en lugar del 600. Mi memoria, ay, está para el arrastre. En todo caso, mi progenitor decidió cuando comprar el uno y el otro y, claro que sí, cuando venderlos.

2º.- El coche pertenecía a mi hermana mayor que, a su vez, se lo había comprado a un particular que, asimismo, se lo había comprado a otro. Recuerdo que, antes de recibir la pasta que le habían dado a mi padre por el 600, le mangué el coche para dar una vuelta. Cosas de los dieciocho años, ya se sabe. El caso es que ella se había ido de vacaciones y yo me lo llevé al barrio donde vivían mis amigos, sin decirle nada a nadie. Recuerdo que estaba acojonado, y que por poco la lío en una cuesta (qué miedo me daba salir de una en seco, pardiez). Tardé mucho en confesar mi pecado. Algo así como quince años (la mala leche de mi hermana es legendaria).

3º Con ese coche di por última (y única) vez la vuelta al cuentakilómetros. A cambio, batí el récord mundial de quedarme tirado en los sitios más inesperados. Se le fue un par de veces la junta de la culata (pobre  y entrañable Wifredo, que puenteaba a Bartolo, el dueño del taller y una sanguijuela, para que no se enterara de las rebajas que me hacía), el radiador y los putos manguitos otras tantas, los frenos (aquel derrape en el Chinchorro fue acojonante) e innumerables pinchazos y, cómo no, no faltaron un par de reventones. El día aquel de Semana Santa en que mi pandilla se empeñó en subir a comer la mona a la Font Roja y, tras quemar el embrague, tuve que llamar a mi padre para que me remolcara con un cuerda (¡con una simple cuerda, sí, desde Alcoy a Alicante, impensable hoy en día!) no pude más que maldecir al jodido cochecito francés.Tenía, además, los bajos oxidados y agujereados bajo las alfombrillas. También, la boya del depósito estropeada. ¿Alguien se ha quedado tirado en plena autovía sin gasolina? Yo, doy fe, sí. Al menos, en una ocasión.


En fin que, con los años, he aprendido a dejar de odiarlo. ¡Pero de ahí a extrañarlo!

domingo, 22 de abril de 2012

Coches que tuve y no olvido ... (1)

No soy muy original, pero bueno ...

Hace algo de tiempo que no publicaba nada y se me ha ocurrido hacer algo sobre los coches que tuve y ya no tengo.

Son pocos, así que me basta con pocas entradas:


No era exactamente éste, pero era idéntico.

¿Qué puedo decir del cacharrete?

1º.- Me lo compró mi padre con el dinero (50.000 pelas) que gané trabajando un par de meses de verano en Carrefour (en mi juventud se estilaba tal uso: con la pasta que TÚ GANABAS, tus progenitores TE COMPRABAN lo que necesitabas).

2º.- Conducirlo me era difícil dada mi altura (casi unonoventa) y lo mucho que tironeaba.

3º.- A mi padre le encantaba limpiar el motor (tracción trasera, para los que no lo sepan) con un trapo. El caso es que lo hacía sin que yo lo supiera, y escondía el trozo de tela en un peligroso rincón. Pueden imaginar el susto que me pegué la mañana en la que llegué a la facultad de Derecho echando humo como una locomotora inglesa de época.

4º.- Antológica fue la noche aquella en la que metí a mis amigos (tan grandes como yo) en el cacharrín y nos fuimos de marcha a la Playa de San Juan (VoyVoy, Le Palais). Aparqué en plena mediana, como si lo hiciera al lado de mi casa. Vaya noche.

5º.- Los escarceos amorosos con mi novia (¡dichosa palanca de cambios!) eran muy, pero que muy complicados.

6º.- ¿Alguien recuerda a mis dos cuñados montando un radiocassette en el parking del Carrefour un sábado por la tarde, mientras yo terminaba mi turno en la sección de bebidas del supermercado? Como para olvidarlo.

7º.- El coche lo liquidó mi padre mientras yo estaba en Marines, haciendo la mili. Así hacían las cosas tus mayores antes: tomaban una decisión que te afectaría el resto de tu vida sin, ni siquiera, consultarte. ¿En qué manos acabaría mi querido Seiscientos? ¿Terminó en el desguace o lo conservaría algún loco y anda circulando todavía? Si pudiera acordarme de su matrícula ...



martes, 6 de marzo de 2012

El fin del invierno

¿Recuerdas el verano?

Siempre, cuando han apretado los calores, me he jactado de que prefiero infinitamente el frío al calor. En ocasiones, incluso algún testigo ha podido escucharlo. Debe ser como un mantra, o tal vez sea una de esas frases estúpidas que, queriendo o sin querer, escuchamos y asimilamos minuciosamente hasta hacerlas nuestras, hasta que salen al paso por sí solas, cuando la ocasión lo requiere. ¡Qué desagradable es salir de la ducha y ponerse a sudar de nuevo! ¡Qué terrible es atrincherarse en casa o en el trabajo, al amparo del aparato del aire acondicionado, esperando a que llegue el ocaso y la fresca, tal que un triste hematófago de inmaculada tez y colmillos afilados!

Llegado marzo, tras padecer dos (¿o han sido más?) olas de frío siberiano, he de confesar que sí, que estoy deseando que el buen tiempo se instale en nuestras vidas. Si, con la llegada de la primavera, lloviera durante un par de semanas (sin estridencias ni abusos, como acostumbra a suceder en mi tierra), los melocotones, los pantanos y los alérgicos al polen (como yo) lo agradecieran a voz en grito. Estoy deseando que lleguen los helados, la playa, las vacaciones y las chanclas, los escotes (¡benditos sean!) y los mojitos. A pesar de tijeretazos gubernamentales, tal vez por causa del pésimo ambiente que se respira por las calles, quizá para remediar la desesperanza que la gente, mucha gente, te transmite al contarte sus problemas. Parece que, con sol, los problemas son menos. La Merkel se atragantará de teutónica envidia al comparar su figura con la de la cuarentona Schiffer en Mallorca. Sarkozy se olvidará de mangonear y avasallar, pues andará encendidito trás su fulgurante señora, que luce aún más jamona en el estío. Y los buitres, ésos que viven infinitamente mejor que tú y que yo porque engordan sus cuentas con tu esfuerzo y el mio, andarán ganduleando en alguna isla idílica, idolatrando a las unidades que lucen a la izquierda de una fila de ceros en sus cuentas. El verano, ya digo, parece que se acerca.


Últimas noticias, amigos. Parece que no. Que este año no habrá calor. El invierno, un invierno infinitamente más crudo que el que estamos a punto de cruzar, se cierne sobre nuestras almas. Permaneced atentos. Comienza el próximo 1 de abril. Y estoy deseando que llegue.

lunes, 5 de marzo de 2012

El infiel

¿Alguna vez han engañado a su pareja?

Yo, he de reconocerlo, sí. 

No. Que no se me malinterprete. Yo no soy de esos, ja, ja. Bonita frase, dicho sea de paso. Como, por ejemplo, aquella de "Yo no soy así", o "Soy distinto a los demás" o la desgastada "Jamás haría algo así". 

Tengo un amigo (de los que se toman por buenos, es decir, un cabronazo) que, un buen día, tras dejar en el aire sus supuestas infidelidades, me dijo que una frase "comodín" de ese tipo debe utilizarse en presencia de la parienta con absoluta naturalidad y vehemencia. Pero, y en ese punto me dirigió un mirada pendenciera, también añadió que quién se jacta públicamente de ser incapaz de engañar a su pareja miente. Es un embustero, sin más discusión. Y no admite que se le contradiga. Como si de un problema matemático se tratara, el asunto no ofrece, según este tipo, otra solución. Y, todo hay que decirlo, al mentar la palabra "miente" noté (tendría que ser tonto para no darme cuenta) que mi amigo la dedicaba a mi humilde (y mentirosa) persona. Sabía, el muy ladino, que yo había estado a punto de soltar una de esas frases tópicas. Y él, antes de llegar a ese punto de no retorno, quiso dejar bien claro que no estaba dispuesto a dejarse tomar el pelo. Lo que yo decía, un pedazo de cabrón ...

En fin. A lo que iba: yo no soy así, repito. No soy de esa clase de tipos que engañan a sus mujeres. Pero, ay, tras veintimuchos años de absoluta fidelidad no he podido evitarlo. Y no una vez, no. Varias veces. Ha ocurrido así, sin más. Todo iba bien: estamos juntos desde la adolescencia, jamás hemos dado pie (por mi parte, al menos) a que alguien más allá de  nuestros hijos se interpusiera en nuestra relación .... y sucedió. Debe ser la crisis de los cuarenta, la maldita madurez de la que tanto nos advertía el cine, la literatura o nuestra abuela, que hace que no temas asumir riesgos, que inhibe la vergüenza o la timidez y te arrastra (¡sí, te arrastra!) hasta una espiral de lujuria, deseo y autocomplacencia. No soy el único, ya lo sé. Como yo, cientos. Quizá miles. En este punto de mi vida, llámenme ciego si quieren, pero no estoy dispuesto a renunciar a lo que tan apasionadamente me ha hecho rescatar el furor juvenil. Tampoco quiero, ni espero, perder el cariño, el calor, la comprensión de aquella que ha estado conmigo tantos años, de la esposa que me ha soportado, esperado y consolado. Soy un monstruo, ya lo veis. Pero, insisto, no soy el único.

He aquí mi último capricho:


Como para perder la cabeza, ¿verdad?

Mi mujer, evidentemente, no sabe que lo he comprado. Ignora que lo he estoy esperando. Mira que le dije que no necesitaba más coches, mira que siempre me ha prohibido gastarme la pasta a sus espaldas. Pero ahí está: el Lotus Cosworth 49 de 1968 conducido por Jim Clark. Una maravilla.
Se me acaba de ocurrir una idea: ¿Y si organizara un ménage a trois?


Sin duda, debo ser una especie de pervertido.






viernes, 2 de marzo de 2012

Querencias





Si alguien me preguntara si soy patriota, en el sentido que suele tenerse de dicho concepto, encontraría una negativa por respuesta. Sin embargo, amo la tierra en la que vivo. Me gusta haber nacido en este rincón del mundo, malhablar (y malescribir, como puede observarse) el idioma que he aprehendido (de aprehender, como se decía antes) y, como muchos y muchas que conozco, sentir que uno es el producto de la mezcla, a lo largo de centenares de años, de fenicios, griegos, sefardíes, árabes, norteafricanos, godos, visigodos y vikingos, indoeuropeos, japoneses (por Sevilla, parece) y, si se quiere, de todo fulano o fulana que, venido de lejos en pos de fortuna, acabó dejando sus huesos en esta esquina del Mediterráneo. Me es, sin embargo, imposible visualizar a toda esa gente ahí, mirándome desde una improbable eternidad bajo una enorme bandera al viento. Con esa imagen en la cabeza, me viene a la memoria aquella cancioncilla de El Último de la Fila, "Mi patria en mis zapatos". Vestigios del reaccionario que pude ser. O del pragmático que acabé siendo. Yo que sé.

Dicho esto, siempre he sentido aprecio hacia otras naciones, culturas o entenderes. Como tantos otros, claro. Y, especialmente, hacía Francia, Grecia e Italia. Lo de Francia, supongo, no se entenderá mucho (es tiempo de guiñoles y resentimientos, claro) pero, personalmente, le debo mucho: "Les enfants du Marais", Antoine de Saint-Exupery, Françoise Hardy y "La Bohème". Los Dumas, Aznavour, Moustaki ... la lista es interminable.

En cuanto a Grecia, hoy en el punto de mira de los infames carroñeros, le debo la "Odisea". Ahí es nada. Y la "Ilíada", que no es moco de pavo. Y a la Callas, la Divina, aunque no naciera en la Hélade. Sin la mitología helena, por cierto, mis humildes sueños no hubieran encontrado el cobijo de escenarios tan sublimes.

Y, al fin, Italia. La bella, voluptuosa, putana Italia me regaló a Ornella Muti, a la Scuderia de Enzo Ferrari, el paraíso de la Toscana y la levedad de "Volare". También al gran Celentano, al indómito Battiato y (mis respetos, maestro) al boloñés Lucio Dalla. Su "Caruso" lo escuché con apenas quince años, antes (creo) de oír la versión del inolvidable Pavarotti, gracias a un conocido que había vivido en Suiza y que tenía un montón de discos de vinilo maravillosos. Redescubrirla, hoy, me vuelve a emocionar. Enterarme de la muerte del pequeño maestro, ayer, de vuelta a casa, en el coche y de noche, me estremeció. Tal vez, me consuelo, ya esté en el lugar del que hablaba al principio observándonos, perdido entre la multitud,  del lado de un viejo sabio cretense y muy cerca de una hermosa princesa nazarí, enterneciéndose con las cuitas y miserias de los mortales. Y, a buen seguro, sin el amparo de ninguna bandera.

martes, 24 de enero de 2012

Una chorrada ...




Cortito y al pie.

Seguramente el pase es malo, pero es lo que hay.

Hace un par de meses, comencé una historia rara.

Y hoy mismo, la he continuado.

Si os pica la curiosidad, podeís visitarla en  http://www.mimundoenunpanuelo.blogspot.com

Y si no os gusta, debeís ignorarla (que es lo que está pidiendo a gritos).

Saludos.

sábado, 21 de enero de 2012

Trascendere


A menudo, desde que era un niño, uno sentía que encajaba con la idea imbuida de trascender. Trascendere, como diría el admirado Alessandro Baricco. La menuda inteligencia de uno, menguante y perezosa, poco rimaba con los versos matemáticos y las proclamas inspiradas en la tabla periódica de los elementos. Uno era más, confieso todavía con vergüenza, romántico. Uno, nefasto deportista, se quedaba hasta las tantas para visionar un combate entre los Celtics y los Lakers, veía más cine en blanco y negro (y subtitulado) del que era recomendable para un adolescente y había dejado tras una tenue estela, como ávido lector, a Verne y a Salgari, a Tintín, a Asterix y a El Club de los Cinco. Uno admiraba al arrogante Odiseo y soñaba con emular sus aventuras, sabedor de que iba a aguardarle una Penélope incomprensiblemente paciente. Y es que uno, aunque de escasas entendederas, siempre ha sido un soñador.

Atrás, entre alborotos y silencios, quedaron Serrat, Nacho Solozábal, El Último de la Fila y la discoteca Paradiso. Aquel muchacho larguirucho, aquel uno que esperaba ser un dos, olvidó que deseaba escribir, que anhelaba engendrar una obra maestra y, como tantos que estuvieron, están o estarán, pensó que su día llegaría, que la musa (con una sola le hubiera bastado) le señalaría con su divino índice y demostraría cuán alto puede alzarse el brazo de un genio entre la muchedumbre. 

El genio, y uno sonríe al engullir tal palabra, no es tal. Claro que no. Uno, que ya es un uno como los demás, esta más cerca del cero que del dos. Uno, que va envejeciendo a pasos agigantados, ha simplificado sus sueños al mínimo común divisor, y contempla, entre orgulloso y tembloroso, cómo sus vástagos apuntan hacia un futuro siempre incierto. Uno sabe, por supuesto, que no escribirá jamás nada que a nadie interese. Uno sabe que morirá siendo un haragán incompetente, que sus proyectos no llegarán a ser reales y que, además, tampoco serviría de nada que arribaran a serlo. Y uno está muy contento de haber asumido todo eso. Imagínese el lector hasta que punto uno es tonto.

¿Y por qué a uno le apasionan los cochecitos eléctricos? Si todo lo que uno ha contado no ha servido para contestar tal pregunta es que uno, claro, es aún peor escritor de lo que manifiesta ser.

PD.- La fotografía la he tomado (sin permiso, ejem) del blog de Manuel González García (http://mgongarcia.blogspot.com). Para compensarle apunto el enlace, pues merece la pena visitarlo.



viernes, 13 de enero de 2012

Quantum Levitation

No sé si estos coches funcionan realmente con nitrógeno líquido (algún japo habrá sacado la idea de un recetario de Ferrán Adriá, seguramente). Ignoro, también, si esta pista es realmente real o tan solo nos encontramos ante una magnífica recreación por ordenador. Pero el caso es que me ha impactado el Wipe' Out Track:


¿Qué será de nuestros clásicas escobillas y del monótono rodamiento sobre la pista de plástico?

martes, 10 de enero de 2012

Lo prometido es deuda ...

Perdón por la brevedad, pero ahí van mis más recientes adquisiciones (Papá Noel mediante):



Mi precioso y esperado Cheetah de MRRC y, ¡oh, sorpresa!:



¡El Seat 850 coupé que, mire usted por donde, tanto me gustaba!

Prometo, en un futuro próximo, colgar mejores fotografías de toda mi colección (no creaís que es tengo muchos de estos cacharrines, pero me hace ilusión enseñarlos, je, je).

Pistas de slot espectaculares


Es bien cierto que mi buen amigo Iberslot ha creado lo que, para mí y para mucha gente, es una de las pistas de slot más hermosas que uno pueda desear:




Es una verdadera delicia:



Sin embargo, no puedo más que quedar boquiabierto ante esta maravilla:



Bella Italia !!!

domingo, 8 de enero de 2012

Duendes



Hace bien poco leí un titular de la prensa digital que venía a decir que, a partir de los cuarenta y cinco años, el cerebro inicia la fase de degeneración, por lo que sus prestaciones y rendimiento van menguando periódicamente.

Yo aún no tengo cuarenta y cinco. De hecho, no recuerdo cuantos cumplo este año. A ver: nací en el sesenta y nueve, tres meses antes de que se produjera (o no) el supuesto alunizaje del Apolo XI. Cuarenta y tres tacos, claro. Vaya por God. Pues ya digo; presento síntomas más que evidentes de que mi cerebro, ya deficiente en su fabricación, va a la deriva en pos de un mañana sin recuerdos. Son incontables las ocasiones en las que me he vuelto loco pretendiendo localizar alguna cosa que, en un pasado inmediato, ha pasado por mis manos: unas llaves, un libro, un documento e, incluso, hasta un coche. Escala 1:1, aclaro. La sensación de angustia que me produce, de desamparo ante tan repentinas pérdidas de memoria, a menudo se compensa con el encuentro casual del objeto extraviado.

Me consuela pensar, por lo que escucho y observo, que no soy el único espécimen humano afectado por tal mal a tan temprana (ejem) edad. Pero claro: uno, inevitable y estúpidamente, tiende a tenerse por el ónfalo del mundo.

Más grave si cabe, por las repercusiones que puede cobrar, es olvidar lo que uno ha contado o dicho y/o al sujeto que lo ha escuchado. Decía el inefable actor Roger Moore (sí, aquel James Bond caracartón que asemejaba ser incapaz de doblar una servilleta y sonreír al mismo tiempo) que odiaba conceder entrevistas, porque era incapaz de recordar las mentiras que había contado en la última. Algo así me ocurre a mí. Que no se me malinterprete: no soy un mentiroso (no siempre, al menos), pero tengo querencia por la (mala) literatura y me agrada modificar las circunstancias de un suceso para hacerlo más, cómo decirlo, sugestivo. Me adapto, diríase, a lo que el público (¡mi público!) espera de mí. El problema es que, en casi todas las ocasiones, por mi menguante y traviesa memoria, se me ve el plumero. Y, claro, hay quién no me lo perdona y me propina un tomatazo.

¿Por qué cuento todo esto? Creo que porque me he pasado media tarde buscando algo que no he encontrado. He revuelto la casa, he mirado en los rincones y nada, no hay remedio. Así que, para someter la ansiedad, me ha dado por escribir esta chorrada. Y me he acordado, mira tú por donde, de los duendes de los que hablaba mi madre. Supongo que alguien (puede que incluso mi madre) os habrá contado de su inexistencia: serían unos seres fantásticos que, para hacer rabiar a los humanos, se dedican a esconderles cosas cuando más las necesitan. Un oficio interesante, sin duda. Y con un enorme futuro. También hay quién habla de un supuesto demonio, al que hay que (cito literalmente) atarle los cojones para que devuelva lo que ha ocultado, lo que se traduce en tomar un pañuelo y hacer un nudo con una de sus esquinas. Atavismos que, irremediablemente y desde que el ser humano es tal, han minado los rincones más oscuros de nuestros cerebros. Hace bien poco alguien presuntamente cuerdo (y que, naturalmente, ahora mismo no alcanzo a identificar) me contaba que, durante años y cada noche, se tendía en la cama totalmente recta, pues era la única posición en la que lograba conciliar el sueño. Otros, tras inducirlos levemente, confiesan que utilizan prendas que atraen la improbable fortuna, o que tocan madera cuando un mal pensamiento atraviesa fugazmente su presente. Todos, o casi todos, hemos creído (o creemos) en lo inexistente. Así que le echaré a los duendes la culpa y me engañaré con la idea de que aún soy demasiado joven para tener lagunas (¿o son océanos?) de memoria.