lunes, 26 de mayo de 2008

Bárbaro



Ya hace tres años. Tres años, nada más. Tres mundos, tres siglos, tres lunas. Cuando llego él, el duende, mi vida, nuestras vidas, dieron un vuelco. Ahí estaba él, dispuesto a cambiarlo todo, como un minúsculo tirano que, bien temprano, pretendía que el sol girara a su alrededor. Crece deprisa, el duende. Lo hace con carácter, con firmeza y con esa sonrisa maliciosa que ya ha aprendido a contagiarme. Eres grande, hijo. Me enorgullece entrever que puntearás más estrellas que tu viejo.

domingo, 25 de mayo de 2008

Indiana Jones ... y no sé qué de cristal.


Hacía mucho, mucho que no veía una película de estreno en una sala de cine. Una película, me refiero, elegida libre y perversamente por mí (el disfrute de los trabajos de Disney - Pixar obedece a otro tipo de imperativos). Y allá que me fui, con mi flamante curriculum (en el que brilla, como última película visionada, "La comunidad del anillo" de Peter Jackson), ganada la medianoche, a ver la última de Indy. Y de allá salí, perplejo, abducido, rendido tal vez al producto.

No olvido, ni quiero que nadie lo haga, que nos encontramos, ni más ni menos, ante "una de aventuras". Nada más. Y nada menos. Me planté en la sala habiendo leído la crítica de Carlos Boyero (publicada en elpais.com) y sin acordarme exactamente de un título que, cuando lo escuché la primera vez, me pareció francamente mejorable. Mi opinión, visto lo visto, es que es una secuela muy entretenida. Parece tener, como casi todas las que la precedieron, el don de la infatigabilidad. Me refiero, aclaro, a que es una película que, seguro, podremos revisitar una y cien veces, y siempre, o casi siempre, nos hará disfrutar. Tiene (como algunas de las otras) carencias evidentes. Por decir una, prescinde erróneamente de la necesaria tensión que, en una película de este género, debe existir entre el cierto protagonista y su partenaire (en este caso, una Karen Allen entrada en años y en kilos con un papel puramente testimonial). Entre Indy y su antigua novia no pasa nada que justifique una boda final tan ñoña. Cate Blanchett (ver a mi angelical Galadriel con ese corte y color de pelo es algo que me costará olvidar) aporta muy poco al respecto, y el tal Labeouf compone un personaje tan plano y abyecto que, sinceramente, no me sugiere en absoluto que pueda auspiciar buenas futuras películas de la saga Jones. En cuanto al Rey Midas sandonguero (el agente doble o triple de la C.I.A.) no sé aún que pinta en todo el berenjenal ideado por Lucas y Nathanson). Los diálogos abusan de referencias al pasado indianero que el espectador desconoce; ello hace todo más enrevesado y, voluntariamente, uno opta por hacer como que no los ha escuchado. Pero lo bueno de esta historia, aparte de la velocidad de la trama y la espectacularidad de las escenas de acción, sigue siendo el carpintero Harrison. Es un actor como los de antes. Llena la pantalla. Aporta ese toque épico que todos los que hemos sido niños quisimos emular. Eso hace que esta película sea memorable (o más bien recordable) y que cualquiera de las dos partes de National Treasure (La búsqueda) no le haga ni sombra.

Un par de cosillas más: ignoro si meterse en un frigorífico para evitar ser desintegrado por una explosión nuclear sirve de algo pero, aparte de antojárseme increíble la supervivencia de Jones, podría suponer que las ventas de estos electrodomésticos se dispararán. Ojo, publicistas e ideólogos: ahí hay tela que cortar.

La otra cosa con la que espero despedirme es que, pese a no firmar el guión, es evidente que Spielberg chochea y ha metido la mano donde no debía. Al final, tanto extraterrestre y nave espacial hace que busques, en algún ángulo muerto de la pantalla, la tierna jeta de E.T. mientras, de fondo, suena la musiquilla de Encuentros en la tercera fase. Y es que hay cosas que, con cierta edad, no deberían ser probadas.
PD.- Aunque nada tenga que ver, me gustaría dar mi opinión sobre los últimos sucesos en torno a lo sucedido con Santi Santamaría, el cocinero (y propietario creo) del restaurante Can Fabès. Sus embestidas contra la cocina que, en España y en Occidente, lidera Ferrán Adrià ha sido objeto de múltiples debates. Ya he dicho en alguna ocasión que no sé (ni pretendo saber) más allá de lo que mis papilas gustativas me indican. Sin embargo, la espantada que el interfecto efectuó horas antes de dejarse entrevistar por los internautas de un diario digital (indisposición médica, alegó) y la defensa que, ante la Gemma Nierga radiofónica, ha tratado de esgrimir, solo me hacen deducir dos cosas: que quiere vender el máximo número ejemplares de su último (y no sé si único) libro (como si no tuviera bastante con el exquisito complejo gastronómico - hotelero que ha montado para lucrarse) y que siente una profunda, enquistada, inconsciente y malévola envidia hacia sus compañeros de profesión. Cuídate, Santi. La avaricia y el rencor no son los ingredientes que necesitas para sazonar un gran plato.

martes, 6 de mayo de 2008

Antoñito






Flaco. Taciturno. Machacado por la vida. Herido desde lo más recóndito de sus miedos. Hay gentes, músicos o no, que le han dedicado homenajes, han proclamado su muerte o incluso le han compadecido. Siempre, siempre, merece la pena escucharlo. Nada ha impedido que, como memoria sonora de una generación, en comunión con los jóvenes que fuimos y que ya hemos olvidado, nos contagiara su melancolía, su amor por las olas, su anhelo por trazar paralelas sobre el firmamento. Ahí está, irreductible. Parece que se arrastra. El rostro, ajado. La nariz, picuda. La melena, cana y descuidada. Lleva en su corazón los acordes de "Estaciones", de "Elixir de juventud" y de "Una décima de segundo". Y aún ahí quién ignora que era él cantaba aquello de "La chica de ayer".




Gracias por existir, tocayo. Te deseo lo que esperas.




A Antonio Vega. Al niño perdido que todos creemos haber dejado de ser.