martes, 12 de junio de 2012

La estrella del verano

En el inicio del verano de 2009 me enamoré del anuncio televisivo de Estrella Damm alumbrado al  calor del eslogan Mediterráneamente. No fui el único, desde luego (sin ir más lejos, busquen en Youtube la parodia que José Mota hizo de él). Aquel spot, simple y resultón, lo tenía todo: un lugar idílico (la isla balear de Formentera), unas vacaciones perfectas con chicas pluscuamperfectas, algún que otro toque de humor a lo Billy Wilder y, por supuesto, un Citroën Mehari naranja. La banda sonora la ponía el grupo sueco Billie The Vision & The Dancers. Un hito de la historia de la publicidad de este país, estimo.


Me entusiasmó. Y aún lo hace. Sé que soy un ingenuo, embaucado por los mercachifles del marketing del buen rollo, pero me da igual: cada vez que lo veo me dan ganas de vivir intensamente (adverbio que, por supuesto, precisa de una pasta gansa para hacerse cierto). Además, el anuncio es de cerveza, bebida que estimo e idolatro. E, insisto, se recrea en un escenario idílico (aquel del "nací en el Mediterráneo" que aún canta Serrat).

Para mi sorpresa los anuncios volvieron, puntualmente, los siguientes veranos. ¿Serían capaces de superar al primero?

En 2010, el anuncio se filmó en Menorca. Impresionante. La música la ponían The Triangles, el guión giraba entorno a otra chica que se resiste (ésta, si cabe, con más mala llet que la primera) y a otro tímido de los coj ... (¿a quién me recordará, semejante capullo?). En esta ocasión, el medio de transporte era una vieja embarcación. Y todo sucede bajo el embrujo de la nit de Sant Joan. Más Mediterráneo, ay, imposible.


Pasó la primavera de 2011. Y mis expectativas, superadas. Dirigido por Isabel Coixet (¡qué grima me da esa pájara!), llegó el spot filmado en la Costa Brava, concretamente en Cala Montjoi. Otra historia de amor entre chico que no se atreve, canción pegadiza por medio, y chica que marca los pasos del aspirante. Pero, esta vez, ambos aprendices en la cocina de Ferrán Adriá en el ya desaparecido ElBulli. Previsible. Casi de primer curso de Publicidad. Y, sin embargo, ay dichoso Mare Nostrum, más que brillante.


Y este año, el apocalíptico 2012, Estrella Damm no ha querido dejar a un lado lo que, a propósito o por casualidad, ya se ha convertido en una tradición. En esta ocasión, se ha elegido la Serra de Tramuntana, en Mallorca. Y otra historia calcada a las anteriores, con caras diferentes, con escenarios parecidos, y con idéntico mensaje. La música la pone el grupo Lacrosse. Y, como novedad humorística, irrumpe la figura del suegro. Para guardarlo en Favoritos y whatasppearlo a los amigos.


¿A estos de la birra catalana no les apetecerá rodar en Alicante el próximo verano? La Granadella, en Jávea, o Cap Blanch, en Altea, pintarían increíbles.



sábado, 9 de junio de 2012

Estas son las mañanitas ...




Hay mañanas que me levanto con el piloto automático puesto; apago el despertador del móvil, evacúo (perdón por el torpe eufemismo, pero la realidad es lo que tiene), me afeito, me ducho, me visto y, tras besar (por riguroso orden y sin corresponderme, pues continúan sobando) a mi hijo, a mi hija y a mi mujer, me descubro en la calle como si yo no hubiese sido protagonista de las citadas acciones, caminando tal que recién salido de la cama, en pos de mi particular universo laboral.

Hay mañanas, también, que no ingiero nada sólido hasta las nueve y media o diez. Si acaso solo líquido, una infusión o un sorbo de agua. Desde siempre me ha agradado, y hago constar que mis gustos son anteriores a los demostrados por nuestro estimado Mariano De La Tijera y Rajoy, la utopía de vivir por y para la austeridad, instalarme en el sueño perdido de la frugalidad, sentirme por encima de deseos tan salvajes como el apetito o el consumismo. "Hoy ayuno", me digo en tales días, como si me hubiera transmutado en asceta o en un preso abocado a la huelga de hambre. Pero ese castillo, tan flamante e inexpugnable, se desvanece nada más plantarme sobre la barra del bar (a la que suelo llegar, también, sin ser consciente de mis pasos), frente al jugoso bocata de tortilla con cebolla y jamón ibérico que me sirve (cruelmente, por qué no decirlo) el camarero. 

Hay mañanas, claro, que me despierto y, mire usted por donde, no tengo la obligación de trabajar. Te alegras (sin jefes ni compañeros, el panorama es idílico), dibujas una sonrisita estúpida, imaginas planes y, por supuesto, los propones. Los tuyos, sin dejarte acabar, desestiman tus proyectos (cuando no se apropian de ellos, variándolos en aquello que más te disgusta) y acabas dejándote abordar por una llamada inoportuna que nunca hubieras deseado que se produjera (concretamente, formulada por algún miembro del triunvirato suegra-cuñado-amigo pesado) y que, irremediablemente te conduce a dedicar el resto de la jornada a hacer algo que tú nunca hubieras esperado hacer.

Hay mañanas, como todos, que me levanto juguetón. Si el lector pasa de los cuarenta, como un servidor, sabe que, a diferencia de lo que ocurría antes, ello ocurre con rara frecuencia. Cuando pasa, te insinúas a aquella a la que debes amor y respeto (abstenerse de terceras, a menos que concurra sincera conciliación familiar) pero generalmente no se haya disponible (prisas, bostezos y más prisas ...). Tampoco es plan de jugar uno solito, por lo patético de la escena más que nada, así que devienes tu alborozo en pos de lo visual (ahí queda eso, Javier Marías) y sales a la calle (si es un día de verano caluroso, mejor que mejor) y distraes la mirada un poquito, que soñar es bien barato. Y con un poco de suerte, sobre todo si también es laboral, la alegría se te pasa en nada.

Hay mañanas, cagoenlamar, que te levantas de mala leche. Son días que saltas a la mínima, que rondas tus incisivos con la lengua y los notas más puntiagudos, que gruñes en lugar de hablar a cualquiera que te mire mal. Esas, las malas mañanas, son mis preferidas. Son mañanas que te reconcilian con este mundo egoísta y miserable, que te hacen escupir la mala sangre que te bulle en vena. Desgraciadamente, mi suegra nunca llama esos días para implorar que pasemos el día en su casa. Tiene un sexto sentido, la muy lagarta.

sábado, 2 de junio de 2012

Life in Greeceland



Me contaban hace nada, unas pocas semanas, que la situación en Atenas es caótica. Decadente. Tan ruinosa como la mismísima Acrópolis. 

- Es un desastre. ¡La gente circula sin respetar las señales, como locos, aparcando entre los soportales de las avenidas! Todo está sucio, y la burocracia, para qué contarte ... un puñetero desastre.

No pude menos que sonreír.

- ¿Todavía toman las curvas invadiendo el sentido contrario?

Mi amiga, doctora en biología y congresista para la ocasión por más señas, asintió escandalizada.

- ¡Un desastre, Antonio! ¡No me extraña que les vaya tan mal! Aquello es la jungla.

A mi amiga no le falta razón, no. Atenas es un caos. En estos tiempos de salvajes recortes y capitales furtivos, cuando Europa se plantea invitar a la Hélade a que abandone su moneda y ajusticie a sus rebeldes, que exigen bienestar y futuro, visitar la ciudad de Pericles debe ser toda una experiencia. O no. 

Mi primera y única visita a Atenas la hice en julio de 1996. Hace casi dieciséis años. Y Atenas, la Atenas que aún añoro, era fea y guarra. A rabiar, lo juro. Putas y albaneses, coches y humo. El cochambroso metro de la ciudad (que la Olimpiada, al parecer, ya jubiló), las calles sucias y descuidadas, los apóstoles del fútbol y la pornografía en los quioscos. Todo eso, lo se, ya estaba ahí. Ya estaba el haragán, que vivía pensionado por el Estado. Ya existía el funcionario que abusaba de su posición para estafar a su conciudadano. Ya vivían los artistas del engaño, la picaresca y la usura, encabezados por los hoteles, que intentaban darte menos dracmas por dólar de los que te cambiaban en cualquier banco. 

El arte de sobrevivir, la suerte del engaño y el trapicheo forman parte de la conciencia griega, y es cosa que no debiera extrañarnos. Los helenos han sido ocupados, invadidos, maltratados de muchas formas y maneras. Y no una, sino muchas veces. No es aquella tierra lugar con grandes recursos naturales. No han sido bendecidos con petróleo, ni con fértiles tierras, ni con grandes yacimientos minerales. Han sido, sin embargo, maldecidos con un clima benigno, con un calor abrasador, con unas islas paradisíacas que conducen a la holgazanería, la autocomplacencia y, claro que sí, cierta acepción lujuriosa del placer. Su riqueza proviene del mar, que proporciona un excelente pescado, un azul indescriptible, un horizonte tan hermoso que provoca que los hedonistas ansíen cruzarlo en su yate. Llévense a cualquier ingeniero alemán a fabricar motores a Grecia. Instalen a una bioquímica sueca, o a un legislador británico, en la vorágine de Atenas, en la vitalidad de Salónica o en la plácidez de Nauplia ... y ya verán.

Si Grecia está en quiebra es porque Europa la ha llevado de la mano hasta ella. Si España está cerca de verse como ella, o Italia, o incluso Francia o la mismísima Alemania, es porque Europa, ese falso concepto tan alejado de la realidad como una excelsa entidad bancaria de un parado de larga duración, no existe. No existe, no. Lo afirmo yo, que no soy nadie. Europa solo fue el nombre de una mujer mortal seducida (o violada, que en la Grecia clásica debía tenerse por lo mismo) por el mitológico Zeus Olímpico transformado en toro. A nosotros, los inexistentes europeos, nos raptan, deshonran y mancillan los misteriosos mercados financieros, venidos de las sombras, comprados por los que no saben perder, los sabuesos del capital. 

Dicen que Zeus, tras violar a Europa, tuvo tres hijos: Minos, tirano de Creta y padre a su vez del horroroso Minotauro. Radamantis, juez de los condenados al Infierno de Dante. Y también un tal Sarpedón, del que no tengo referencias. Los bonos basura, la banca acreedora y la recapitalización de fondos públicos son los nuevos hijos de la asociación de países (remedo de comunidad de bienes, si me apuran) a la que llamamos Europa y los tres, de la manita, nos llevan de vuelta al feudalismo. Y si no me creen, al tiempo ...