miércoles, 16 de mayo de 2012

Perdóneme la ignorancia, Carlos Fuentes



Sí. Discúlpela. Soy un ser trastabillado y mentecato que no ha leído ni una sola de sus obras. Si la fortuna me hubiera parido mexicano y, además, me hubiera postulado como candidato a presidente de su nación (o incluso de su comunidad de vecinos) tal vez tendría que haberse visto en la obligación de declamar públicamente acerca de mi incultura. Y no se lo podría recriminar, caballero. De ninguna manera.

He leído un par de entrevistas que usted concedió a algún medio español. Son sus únicas palabras que conozco, se lo aseguro. Y, en este mojón del camino, estimo que ya es tarde para que mi intelecto beba en las fuentes de Fuentes. La supuesta gracia de la frase anterior deja bien a las claras el porqué: no tengo un espíritu elevado, ni tan solo gracioso. Más bien, debiera calificarlo como soez y previsible. No soy, y conste que lo confieso sin saña, persona de grandes ideas, tampoco tenaz o lúcido, y temo que ni siquiera resulto coherente. Mi sed, que no es sed como la que pudo sentir usted, don Carlos, se aplaca con torpes ficciones, con culturilla de andar por casa, con estas mamarrachadas que aquí escribo y por allá sigo. No he leído a Cortázar, ni a Faulkner, tampoco a Vargas Llosa o a Joyce. Mi embrutecida alma se conforma con la línea clara de Vittorio Giardino, la simplicidad orientalista de Hermann Hesse y la divagancia musical de Manolo García. Soy un claro ejemplo de la decadencia intelectual de Occidente, lo sé. Prejuzgo, me temo, a Madame Cultura como una simple concubina al servicio de mi lujuriosa ociosidad. Creo que a usted, como a su amigo el citado nobel peruano, tal aserción defendida por semejante bellaco podría haberle provocado un gesto de ira. O una carcajada de pánico. Y tampoco se lo podría recriminar, señor. De ninguna manera.

Llegado a este punto sin retorno, he de confesar que su deceso, anunciado a bombo y platillo en los medios digitales, ha hecho mella en mi ánimo. Ignoro, eso sí, si dicha huella me empujará a buscar sus obras y devorarlas (me temo que en mi lista de propósitos que nunca realizaré les anteceden las de Robert Graves o las de Coetzee). Pero sé que el mundo, el mundo que yo percibo y digo conocer, le extrañará en exceso. En cada época o edad, hay pocos espejos en los que reflejarse. Modelos de conducta, personas que inspiran a la masa que lo observa.Y usted, don Carlos, más que escritor era lector. Un lector de todo y de todos. Un tipo voraz, curioso e insatisfecho. Y eso es algo extraño, fascinante e ilógico en este tiempo de petulantes y necios, ególatras y ciegos al que el resto pertenecemos. 

Mis respetos, caballero. Espero, por su bien y el de los que aquí quedamos, que no descanse; que siga escribiendo allá donde haya ido a parar, que continúe leyendo.


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