lunes, 23 de abril de 2012

Coches que tuve y no olvido ... (2)

Aquí estoy de nuevo.

El siguiente coche, mi segundo utilitario, me duró algo más que el 600.

Debí tenerlo un par de años, al menos.

Se trataba del espantoso y desquiciante ... Renault 7 TL. 


Tampoco, como en el caso del Seat, la fotografía es del original. Y también, como la albondiguilla, era blanco (como casi todos los coches, por cierto, que he tenido).

¿Qué os puedo decir de éste?

1º.- Ahora mismo he recordado que este fue el coche que mi padre vendió durante mi servicio militar en lugar del 600. Mi memoria, ay, está para el arrastre. En todo caso, mi progenitor decidió cuando comprar el uno y el otro y, claro que sí, cuando venderlos.

2º.- El coche pertenecía a mi hermana mayor que, a su vez, se lo había comprado a un particular que, asimismo, se lo había comprado a otro. Recuerdo que, antes de recibir la pasta que le habían dado a mi padre por el 600, le mangué el coche para dar una vuelta. Cosas de los dieciocho años, ya se sabe. El caso es que ella se había ido de vacaciones y yo me lo llevé al barrio donde vivían mis amigos, sin decirle nada a nadie. Recuerdo que estaba acojonado, y que por poco la lío en una cuesta (qué miedo me daba salir de una en seco, pardiez). Tardé mucho en confesar mi pecado. Algo así como quince años (la mala leche de mi hermana es legendaria).

3º Con ese coche di por última (y única) vez la vuelta al cuentakilómetros. A cambio, batí el récord mundial de quedarme tirado en los sitios más inesperados. Se le fue un par de veces la junta de la culata (pobre  y entrañable Wifredo, que puenteaba a Bartolo, el dueño del taller y una sanguijuela, para que no se enterara de las rebajas que me hacía), el radiador y los putos manguitos otras tantas, los frenos (aquel derrape en el Chinchorro fue acojonante) e innumerables pinchazos y, cómo no, no faltaron un par de reventones. El día aquel de Semana Santa en que mi pandilla se empeñó en subir a comer la mona a la Font Roja y, tras quemar el embrague, tuve que llamar a mi padre para que me remolcara con un cuerda (¡con una simple cuerda, sí, desde Alcoy a Alicante, impensable hoy en día!) no pude más que maldecir al jodido cochecito francés.Tenía, además, los bajos oxidados y agujereados bajo las alfombrillas. También, la boya del depósito estropeada. ¿Alguien se ha quedado tirado en plena autovía sin gasolina? Yo, doy fe, sí. Al menos, en una ocasión.


En fin que, con los años, he aprendido a dejar de odiarlo. ¡Pero de ahí a extrañarlo!

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