sábado, 21 de enero de 2012

Trascendere


A menudo, desde que era un niño, uno sentía que encajaba con la idea imbuida de trascender. Trascendere, como diría el admirado Alessandro Baricco. La menuda inteligencia de uno, menguante y perezosa, poco rimaba con los versos matemáticos y las proclamas inspiradas en la tabla periódica de los elementos. Uno era más, confieso todavía con vergüenza, romántico. Uno, nefasto deportista, se quedaba hasta las tantas para visionar un combate entre los Celtics y los Lakers, veía más cine en blanco y negro (y subtitulado) del que era recomendable para un adolescente y había dejado tras una tenue estela, como ávido lector, a Verne y a Salgari, a Tintín, a Asterix y a El Club de los Cinco. Uno admiraba al arrogante Odiseo y soñaba con emular sus aventuras, sabedor de que iba a aguardarle una Penélope incomprensiblemente paciente. Y es que uno, aunque de escasas entendederas, siempre ha sido un soñador.

Atrás, entre alborotos y silencios, quedaron Serrat, Nacho Solozábal, El Último de la Fila y la discoteca Paradiso. Aquel muchacho larguirucho, aquel uno que esperaba ser un dos, olvidó que deseaba escribir, que anhelaba engendrar una obra maestra y, como tantos que estuvieron, están o estarán, pensó que su día llegaría, que la musa (con una sola le hubiera bastado) le señalaría con su divino índice y demostraría cuán alto puede alzarse el brazo de un genio entre la muchedumbre. 

El genio, y uno sonríe al engullir tal palabra, no es tal. Claro que no. Uno, que ya es un uno como los demás, esta más cerca del cero que del dos. Uno, que va envejeciendo a pasos agigantados, ha simplificado sus sueños al mínimo común divisor, y contempla, entre orgulloso y tembloroso, cómo sus vástagos apuntan hacia un futuro siempre incierto. Uno sabe, por supuesto, que no escribirá jamás nada que a nadie interese. Uno sabe que morirá siendo un haragán incompetente, que sus proyectos no llegarán a ser reales y que, además, tampoco serviría de nada que arribaran a serlo. Y uno está muy contento de haber asumido todo eso. Imagínese el lector hasta que punto uno es tonto.

¿Y por qué a uno le apasionan los cochecitos eléctricos? Si todo lo que uno ha contado no ha servido para contestar tal pregunta es que uno, claro, es aún peor escritor de lo que manifiesta ser.

PD.- La fotografía la he tomado (sin permiso, ejem) del blog de Manuel González García (http://mgongarcia.blogspot.com). Para compensarle apunto el enlace, pues merece la pena visitarlo.



2 comentarios:

  1. Bravo Antonio , bravo.
    Escribir , no es fácil, escribir con sentido t ransmitir es harina de otro cosatl.Pero tú lo haces.Redactas el pasado y se convierte en el pasado de muchos, cambian algunos matices , pero la esencia es la misma y mientras te leo,se me dibuja una sonrisilla picarona que hace pensar en lo que pudo ser y lo que ha sido .
    Como dice nuestro querido Serrat.......Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio.

    Mikel

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  2. Amigo Uno, es un honor que hayas elegido mi foto para usarla en tu blog, y sobretodo me alegra que me lo hayas comunicado.

    Yo tengo una frase que resume tu texto, mi padre me decía que tenía que pensar y prepararme para el día de mañana, y ahora yo pienso que mi día de mañana fue ayer, pero por suerte estoy disfrutando del pasado mañana, aunque enfermo y envejeciendo tengo todavía la ilusión de después de haber vivido el día de mañana y estar en el pasado mañana, pensar en el al otro, ademàs en compañia de mi padre que con sus 82 años esta apurando su al otro.

    Para entretenerme en mi pasado mañana, y al otro tengo otros tres blogs además del blog del que has tomado la foto, Mis circuitos de slot con unas 500 visitas diarias,con casi 900 diseños de circuitos diferentes, Los niños preinformáticos con los recuerdos con mucho humor de la infancia de los que deambulamos por el pasado mañana, y Mi ciencia y mi tecnología, donde combinando mi experiencia como ingeniero y como profesor , explico con humor casi siempre algunos misterios de la ciencia y de la tecnología.

    Un saludo.
    Manuel González.

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