martes, 26 de octubre de 2010

Hombrecillos ...


“Imagina un doble tuyo de tamaño microscópico que hiciera realidad tus deseos más inconfesables.

La única novela capaz de hacerte ver el mundo desde perspectivas asombrosas”.

Ésta es la sinopsis, y la premisa, desde la que arranca la nueva novela del archipremiado Juan José Millás, “Lo que sé de los hombrecillos”.

Antes de continuar, y para ser inequívocamente sincero con el lector, he de confesar que no me ha interesado jamás ninguna de las producciones (me niego a llamarlas novelas, en estos tiempos mercantilistas) de Millás. Algún que otro artículo sí le he leído, pero poco más. Introduciendo aún más mi dedo índice (y el anular, el meñique y hasta el pulgar) en tal llaga, me atrevo a revelar que no se me ha ocurrido comprar, rentar, descargar ni mucho menos leer nada de lo que ha escrito este, en mi opinión, autor sobrevalorado por la crítica. Ya sé, ya sé; cuánto menos, mis prejuicios contra este hombre deben ser descomunales para lanzar una sentencia de tal calibre. Pues sí. Lo son. Quién esto escribe es tan imbécil como para tal cosa, nobody is perfect. Pero es que este tipo gangoso, colaborador habitual de El País o Cadena Ser, de un talante pretenciosamente enternecedor, me cae rematadamente mal. No lo aguanto, vaya. Pagaría lo que no tengo por no toparme, en un medio escrito, audiovisual o incluso rural, con su jeta de intelectualillo pseudofamosete.

En fin.

Hay personas que, no sé cuál será la razón, me caen mal. Supongo que como a todo al mundo. Yo mismo, y por buenas razones, debo resultar insoportable para un cierto grupo de allegados (o puede que para una multitud, la hipocresía tiene esas cosas). Al igual que ocurre con la gente que te cae mal, el admirado porque sí, sin lógica ni razón alguna, te agrada aún a sabiendas de que, por ejemplo, sea un completo (y manifestado) sinvergüenza. Empatizas y punto. Tal vez por puras circunstancias bioquímicas, como apunta Eduard Punset. Puede que haya aborrecido a Millás por su ideario exhibicionista, por la pretenciosa ecuanimidad de sus opiniones o, lo más probable, porque trabaja y cobra lo que quiere, o al menos no puede quejarse en uno y otro aspecto.

A esa sinergia negativa, por desgracia (no me gusto cuando tengo entre ceja y ceja a alguien, solo me faltaría eso), he de sumar el hecho de que haya parido su última criatura: él mismo, disfrazado de profe de la Uni, tiene a una (que digo una, decenas) de réplicas diminutas que, deduzco le hacen más agradable la vida. Un divertimento, vaya, más que literatura de ésa que tanto le agrada a los críticos, la de frases yuxtapuestas y verbo de enjundia, que aburre, en la intimidad, a ovejas y carneros. Sintomáticamente, me acordé del fenecido Asimov, y de su denostable, pese a entrañable, Azazel. Azazel, sí. El que da nombre a mi blog. El demonio minúsculo y travieso que se encargaba, ficticiamente, de complicarle la existencia al gran Isaac.

Y, con una maliciosa sonrisa (puede ser que no me disguste tanto prejuzgar de esta manera a la gente) no pude más que pensar: ya tengo otro motivo para no tragar al Millás. Al protegido de los dioses. Al pagado de sí mismo.