viernes, 2 de marzo de 2012

Querencias





Si alguien me preguntara si soy patriota, en el sentido que suele tenerse de dicho concepto, encontraría una negativa por respuesta. Sin embargo, amo la tierra en la que vivo. Me gusta haber nacido en este rincón del mundo, malhablar (y malescribir, como puede observarse) el idioma que he aprehendido (de aprehender, como se decía antes) y, como muchos y muchas que conozco, sentir que uno es el producto de la mezcla, a lo largo de centenares de años, de fenicios, griegos, sefardíes, árabes, norteafricanos, godos, visigodos y vikingos, indoeuropeos, japoneses (por Sevilla, parece) y, si se quiere, de todo fulano o fulana que, venido de lejos en pos de fortuna, acabó dejando sus huesos en esta esquina del Mediterráneo. Me es, sin embargo, imposible visualizar a toda esa gente ahí, mirándome desde una improbable eternidad bajo una enorme bandera al viento. Con esa imagen en la cabeza, me viene a la memoria aquella cancioncilla de El Último de la Fila, "Mi patria en mis zapatos". Vestigios del reaccionario que pude ser. O del pragmático que acabé siendo. Yo que sé.

Dicho esto, siempre he sentido aprecio hacia otras naciones, culturas o entenderes. Como tantos otros, claro. Y, especialmente, hacía Francia, Grecia e Italia. Lo de Francia, supongo, no se entenderá mucho (es tiempo de guiñoles y resentimientos, claro) pero, personalmente, le debo mucho: "Les enfants du Marais", Antoine de Saint-Exupery, Françoise Hardy y "La Bohème". Los Dumas, Aznavour, Moustaki ... la lista es interminable.

En cuanto a Grecia, hoy en el punto de mira de los infames carroñeros, le debo la "Odisea". Ahí es nada. Y la "Ilíada", que no es moco de pavo. Y a la Callas, la Divina, aunque no naciera en la Hélade. Sin la mitología helena, por cierto, mis humildes sueños no hubieran encontrado el cobijo de escenarios tan sublimes.

Y, al fin, Italia. La bella, voluptuosa, putana Italia me regaló a Ornella Muti, a la Scuderia de Enzo Ferrari, el paraíso de la Toscana y la levedad de "Volare". También al gran Celentano, al indómito Battiato y (mis respetos, maestro) al boloñés Lucio Dalla. Su "Caruso" lo escuché con apenas quince años, antes (creo) de oír la versión del inolvidable Pavarotti, gracias a un conocido que había vivido en Suiza y que tenía un montón de discos de vinilo maravillosos. Redescubrirla, hoy, me vuelve a emocionar. Enterarme de la muerte del pequeño maestro, ayer, de vuelta a casa, en el coche y de noche, me estremeció. Tal vez, me consuelo, ya esté en el lugar del que hablaba al principio observándonos, perdido entre la multitud,  del lado de un viejo sabio cretense y muy cerca de una hermosa princesa nazarí, enterneciéndose con las cuitas y miserias de los mortales. Y, a buen seguro, sin el amparo de ninguna bandera.

No hay comentarios:

Publicar un comentario