lunes, 5 de marzo de 2012

El infiel

¿Alguna vez han engañado a su pareja?

Yo, he de reconocerlo, sí. 

No. Que no se me malinterprete. Yo no soy de esos, ja, ja. Bonita frase, dicho sea de paso. Como, por ejemplo, aquella de "Yo no soy así", o "Soy distinto a los demás" o la desgastada "Jamás haría algo así". 

Tengo un amigo (de los que se toman por buenos, es decir, un cabronazo) que, un buen día, tras dejar en el aire sus supuestas infidelidades, me dijo que una frase "comodín" de ese tipo debe utilizarse en presencia de la parienta con absoluta naturalidad y vehemencia. Pero, y en ese punto me dirigió un mirada pendenciera, también añadió que quién se jacta públicamente de ser incapaz de engañar a su pareja miente. Es un embustero, sin más discusión. Y no admite que se le contradiga. Como si de un problema matemático se tratara, el asunto no ofrece, según este tipo, otra solución. Y, todo hay que decirlo, al mentar la palabra "miente" noté (tendría que ser tonto para no darme cuenta) que mi amigo la dedicaba a mi humilde (y mentirosa) persona. Sabía, el muy ladino, que yo había estado a punto de soltar una de esas frases tópicas. Y él, antes de llegar a ese punto de no retorno, quiso dejar bien claro que no estaba dispuesto a dejarse tomar el pelo. Lo que yo decía, un pedazo de cabrón ...

En fin. A lo que iba: yo no soy así, repito. No soy de esa clase de tipos que engañan a sus mujeres. Pero, ay, tras veintimuchos años de absoluta fidelidad no he podido evitarlo. Y no una vez, no. Varias veces. Ha ocurrido así, sin más. Todo iba bien: estamos juntos desde la adolescencia, jamás hemos dado pie (por mi parte, al menos) a que alguien más allá de  nuestros hijos se interpusiera en nuestra relación .... y sucedió. Debe ser la crisis de los cuarenta, la maldita madurez de la que tanto nos advertía el cine, la literatura o nuestra abuela, que hace que no temas asumir riesgos, que inhibe la vergüenza o la timidez y te arrastra (¡sí, te arrastra!) hasta una espiral de lujuria, deseo y autocomplacencia. No soy el único, ya lo sé. Como yo, cientos. Quizá miles. En este punto de mi vida, llámenme ciego si quieren, pero no estoy dispuesto a renunciar a lo que tan apasionadamente me ha hecho rescatar el furor juvenil. Tampoco quiero, ni espero, perder el cariño, el calor, la comprensión de aquella que ha estado conmigo tantos años, de la esposa que me ha soportado, esperado y consolado. Soy un monstruo, ya lo veis. Pero, insisto, no soy el único.

He aquí mi último capricho:


Como para perder la cabeza, ¿verdad?

Mi mujer, evidentemente, no sabe que lo he comprado. Ignora que lo he estoy esperando. Mira que le dije que no necesitaba más coches, mira que siempre me ha prohibido gastarme la pasta a sus espaldas. Pero ahí está: el Lotus Cosworth 49 de 1968 conducido por Jim Clark. Una maravilla.
Se me acaba de ocurrir una idea: ¿Y si organizara un ménage a trois?


Sin duda, debo ser una especie de pervertido.






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