sábado, 26 de noviembre de 2011

Objetos

Los objetos, es una obviedad, son inánimes. No tienen alma.


Sin embargo, uno, que nació balbuceante, creció casi arrogante y envejece inconsecuente, no puede más que pretender ubicar su alma, o lo que se espera de ella, en cada objeto hermoso que descubre.



Uno, como tantos otros, inconscientemente evoca, y acaba por transfigurar, su ideal de belleza en aquello que pudo descubrir, en aquello que puede tocar, incluso en aquello que logra comprar.



Uno, que ya no es un niño, recupera, rescata o reinstala la ilusión que un simple objeto, una cosa sin más, es capaz de motivar.



Hete aquí que el niño que ya no soy, el sueño que aún se sueña, ha encontrado la vereda justa, el instante exacto, para recrear un escenario en el que disponer sus ideales.



Es fácil dejarse llevar. ¿Verdad?



¿Seguro que los objetos carecen de alma?

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